Milenio Jalisco

José de la Colina

Convertido en polvo de arroz, Gil buscó un ejemplar que daba por perdido: La tumba india (Universida­d Veracruzan­a, 1984), y una mano invisible puso frente a sus ojos ese libro de cuentos que reúne en realidad tres aventuras narrativas

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com

Gil cerraba la puerta de la semana convertido en polvo de arroz. Caminaba sobre la duela de cedro blanco hablando consigo mismo: murió José de la Colina (1934-2019). Buscó entre sus libros un ejemplar que daba por perdido: La tumba india (Universida­d Veracruzan­a, 1984). Y ocurrió el milagro, una mano invisible puso frente a esos ojos de Gil que se han de comer los gusanos ese libro de cuentos que reúne en realidad tres aventuras narrativas: Ven caballo gris (1959), La lucha con la pantera (1962) y El Espíritu Santo (1977). Un poderoso libro de relatos que, como dijo Octavio Paz, tenía el único defecto de ser el único que había escrito con esa textura y ese impulso. Pero De la colina fue además un crítico de cine riguroso, un traductor del francés notable y un director de suplemento­s que formó al menos a una generación de editores y críticos. Gamés hojeo y ojeó con nostalgia La tumba india y encontró viejos subrayados, Gilga arroja a este trozo de la página del directorio algunas muestras de la prosa de que era capaz José de la Colina, colaborado­r impar de las páginas de su periódico MILENIO.

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Estaba la noche muy cerrada; la Luna había entrado en un mar de nubes y se había ocultado al fin. La negrura yacía sobre el mundo con pesadez de piedra; era una gran piedra negra que había caído sobre el filo del horizonte.

De: El tercero.

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Yacía en la cama sin desear el sueño, oyéndose; escuchando el galope de sus ocho años a través de la sangre o en esa increíble vastedad del pecho, ese galope que se detiene asustado cuando escucha el crujido de las paredes de madera y continua después, pero más rápido y desacompas­ado. Esperando mientras la noche pasa en silencio; un niño flaco y de grandes ojos que había llegado de España, confundido en una derrotada peregrinac­ión de padres, madres y niños, a estos parajes de la isla de Santo Domingo. Temeroso e ilusionado, esperando mientras sus padres duermen, mientras descansan luego de haberle asegurado ese día las cosas de todos los días, luego de haber luchado en aquella calurosa tierra por obtener los primeros materiales de la sangre, del movimiento, de la vida. De: Los Malabé.

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Una ventana se encendió en el edificio de junto y, a través de la cortina de gasa y las horizontal­es líneas de la persiana, los ojos de Benjamín achicados hasta ser rendijas, vieron la elástica figura de cabello rubio (la muchacha que siempre se acostaba en la madrugada) moverse con los brazos en alto para sacarse la ropa, tigrilla, inalcanzab­le desnudándo­se ante sus ojos viejos. Ven y relincha, caballito. La ventana se borró, se fundió con el gran bloque oscuro que recortaba sus aristas contra un cielo que iba perdiendo negrura. Ven y relincha, caballo gris.

De: Ven y Relincha, Caballo Gris.

Este autor fue además crítico de cine, traductor del francés y director de suplemento­s

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Como una paloma inmensa y blanca, precedida siempre del susurro de sus blancas ropas por los pasillos de la noche, la Madre Teresa recorría la oscuridad quejumbros­a del hospital, como si no durmiera, como si siempre estuvieran despiertos sus hermosos y claros y algo saltones ojos para vigilar que no entrase la muerte, que la muerte no se metiera para llevarse algún viejo, alguno de los pobres viejucos que habían sido llevados al asilo, para pasar en paz sus últimos días, los viejos, los añosos hombres de rostros arrugados y manos nudosas, los ancianos españoles arrancados por su propia ilusión, hacía mucho tiempo, cuando eran muy jóvenes a un ahora tan lejano terruño natal, y habían atravesado el mar dejando una vida dura de destripate­rrones, para venir a América y hacer América, y ahora estaban enfermos o simplement­e gastados y lejos de la Patria (…)”.

De: Los Viejos.

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Sí: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el camarero se acerca con la bandeja que soporta el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular las frases de Jean de la Bruyére por el mantel tan blanco: La muerte no llega más que una vez, pero se hace sentir en todos los momentos de la vida.

Gil s’en va

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