Ya no estoy aquí
Hoy estrena Netflix una epopeya de cierto lugar llamado Monterrey: el viaje de Ulises, un terko aferrado a esa cultura cholombiana que se creó en el noreste a partir de la música pionera de Celso Piña y el ímpetu juvenil en las barriadas populares de la ciudad industrial de México.
Esta película, de Fernando Frías de la Parra, reivindica un submundo que fue estigmatizado y marginado por la sociedad regiomontana antes de ser arrasado por la violencia durante el gobierno de Felipe Calderón. Si Hasta los Dientes documentó un crimen oficial contra dos estudiantes ocurrido en tierras regias, Ya no estoy aquí, desde la ficción, plantea el éxodo y el reclutamiento forzado de una generación, pero también la resistencia cultural ante la barbarie, gracias a la música y el baile.
No es una cinta política en términos formales. Una de sus mayores virtudes es retratar con dignidad y belleza los usos y costumbres de ciertos chavos de las montañas metropolitanas. No los exotiza ni los ensalza. Respeta su punto de vista y les concede la nobleza que poseen. Una nobleza de juventud que es hermosa porque proviene de la ilusión del arte (la música y la danza) en medio de la desesperanza.
Sus peinados estilizados con gel y talento, los pantalones dickies holgados y brillantes camisas floreadas, así como sus converses, escapularios, carteles, paliacates y lentes oscuros conforman una estética entre lo chicano y lo guapachoso, que pregona rebeldía y afán en pleno monte urbano.
En su odisea, el protagonista Ulises —interpretado por el revelador actor Daniel García Treviño— desanda las calles de Queens. Y en ese sendero de la otredad, por medio de una cumbia —siempre la cumbia— el personaje principal reafirma su identidad y se pierde en la aventura de la babel neoyorquina.
Hace siete años, junto a Yuri Herrera, Andrés Ramírez, Gerardo Naranjo, Kyzza Terrazas y Gael García, tuve la fortuna de leer unas líneas de esta historia que premiamos como jurado en un certamen de la productora Bengala y la UANL. De ahí en adelante, Fernando Frías de la Parra emprendió su viaje terko y apasionado para realizar esta película que enaltece una vez más al buen cine mexicano, por su rigor y sensibilidad.
No es una cinta política en términos formales