Detalles del confinamiento
Mentes poderosas y estructuradas han traído del confinamiento provocado por la pandemia del covid-19 pensamientos serios, reflexiones profundas, planes de vida, lecturas al fin cumplidas después de muchos años y hasta la escritura de un libro de elevada inspiración.
No es mi caso. Mi maleta está llena de incumplimiento, pedazos de todo y nada. Empecé ochos libros y no terminé ninguno. No me interesaron, y no porque yo sea un gran lector sino porque no me dio la gana seguir leyendo. Mis pensamientos han sido más bien obsesivos y si ocurren a las cinco de la mañana aquello es el fin del mundo. Como diría mi madre: puras mortificaciones.
La vida cotidiana ha conspirado contra mí, siempre la maldita vida cotidiana: he roto casi toda la vajilla: lavo trates y estrello las piezas contra el grifo de la llave del agua. Lo primero que compraré cuando todo sea esencial será una vajilla de las buenas. Recordaré estos días como esas mañanas en que trapeaba la estancia como si fuera un marinero limpiando la proa de un buque por el castigo inhumano de un capitán sin corazón.
Algo terrible: me tardo más que Ninel Conde en peinarme. Uta. Patrás, padelante, de lado, del otro lado. Dos golondrinas enamoradas podrían hacer un nido en mi cabeza. He envidiado a los calvos. He usado por primera vez en mi vida gorra de baño, como las que usaba mi mamá. Si el pelo no está muy esponjado es más dúctil y manejable.
Desde los primeros días del encierro, me compré unas pesas en Amazon. Me dije: ah, a mí no me la pega la pandemia, no voy a regresar a la oficina como Capulina. Tremendas sesiones de ejercicio funcional. La producción de endorfinas me hizo sentir el hombre más feliz del mundo. Nada sale bien. En mi ambición y deseo de un cuerpo más o menos firme para mi edad, una mañana hice muchas repeticiones con las pesas. Un codo inexplicablemente hinchado. No puedo hacer más pesas de momento. Ahora hago ejercicio como un niño jugando a la Rueda de San Miguel.
No tengo espacio para contar aquí como se pasan los días como agua entre los dedos, y en las noches duermo como un bebé hasta que a las cinco vienen los fantasmas a cobrar sus facturas. Les dije: traigo una maleta de asuntos incumplidos.
Dos golondrinas podrían hacer un nido en mi cabeza