Que siga el vacilón
La experiencia demuestra que en catástrofes naturales como huracanes o terremotos, los gobernantes roban a más no poder (en México el caso del huracán “Gilberto” de 1988 es paradigmático). Si en esos casos, se han hecho enormes saqueos, imagínese usted los grandes “negocios” que en una pandemia de larga duración se pueden realizar: se compran cantidades infladas de consumibles que no se pueden demostrar y las de inventariables se justifican a sobreprecio por la “urgencia”. Por eso, las desgracias siempre les caen “como anillo al dedo” a los corruptos.
Pero, la pandemia no solo está afectando al erario público. También al Estado de derecho y la democracia. En nuestro país, las Cámaras de Diputados y de Senadores prácticamente no sesionan desde el 20 de marzo pasado, y la administración de justicia hace tiempo que también está paralizada. Así, los ejecutivos abusan de sus poderes de decreto, funcionarios de tercer nivel le ordenan a las Cámaras legislativas cuándo deben reunirse o suspender sus sesiones; y las competencias entre órdenes de gobierno tienden a confundirse.
Invocando o no la emergencia, a nivel federal se emiten decretos para militarizar al país o cancelar fideicomisos o contratos para la generación de energías renovable; mientras en el orden local, se utilizan las mayorías legislativas para autorizar la contratación de deuda multimillonaria, o para aprobar leyes confiscatorias de inmuebles de escuelas particulares. Cualquiera diría que esa es la democracia y que todo se hace con apego a la ley.
Sin embargo, cuando en un país nada puede detener una mayoría congresional que solo cumple órdenes de los ejecutivos y/o aprueba leyes anticonstitucionales, ese país tiene una democracia de pacotilla o defectuosa.
Y cuando, en ese país no existe ningún recurso al alcance de los ciudadanos para defenderse de esas mayorías facciosas, o para detener los ilegales decretos de un Ejecutivo, entonces puede decirse que ese país tiene un Estado de derecho muy jodido o inexistente y que no existe separación de poderes. Y, cuando en ese país los organismos ciudadanos defienden los intereses del poder y no de los ciudadanos, su vida pública es además una tragedia o una parodia.
¡Échenle un cinco al piano, y que siga el vacilón!
La pandemia no solo está afectando al erario público