La «marquesa» contra el «hijo del terrorista»
Congreso de España. Álvarez de Toledo e Iglesias se enfrentan en un bronco combate cuerpo a cuerpo
La tensión y el clima de enfrentamiento en el Congreso de los Diputados suben día tras día, alentando peligrosamente con su ejemplo la polarización y el choque en una ciudadanía que ha superado ya 70 días de restricciones por la pandemia, llora a decenas de miles de muertos y aguarda temerosa el impacto de una recesión económica que se anticipa brutal.
Ayer, el ejemplo del combate cuerpo a cuerpo, sin reglas y sin límites, lo tuvieron los españoles en la confrontación brutal entre la portavoz parlamentaria del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, y el vicepresidente segundo y líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias.
La catarata de acusaciones e improperios, adornados con el tono de desprecio que ambos se dedicaron, tiene pocos precedentes en una Cámara acostumbrada al cruce de golpes bajos, y arroja malos presagios sobre las aspiraciones de consenso que unos y otros aseguran alentar para impulsar la recuperación del país.
Disparó primero la portavoz popular tachando a Iglesias de «impostor» por desplegar, en su opinión, un «doble juego» en el que lo mismo se erige en defensor de terroristas y condenados por sedición que en abanderado del patriotismo y la Constitución.
Álvarez de Toledo arremetió contra el vicepresidente del Gobierno por su «inferioridad moral», su «intimidad con el inframundo de ETA» y su «insólita complacencia con la violencia».
«Se ha convertido usted –le espetó– en el burro de Troya de la democracia, en el embajador de los etarras en el Gobierno de España. Usted tiene un plan contra la democracia, violenta los derechos de los españoles y apadrina a los que buscan la destrucción del Estado».
Iglesias respondió a los golpes con una rabia disfrazada de contención, utilizando insistentemente a modo de insulto el título nobiliario de la diputada del PP. «Señora marquesa». Así se dirigió a ella durante toda su intervención intentando trazar la frontera entre él, adalid de la gente trabajadora, y ella, como representante de una aristocracia insolidaria y alineada con la ultraderecha.
«Me ha llamado burro de Troya –le replicó–, pero eso es mucho más digno que ser marqués». Y luego la acusó de «pretender apropiarse de la bandera» y utilizarla no para defender a España sino «para agredir a los demás».
Iglesias, que gusta de hacer alusiones al «patriotismo», aleccionó a Álvarez de Toledo remachando que «defender España es defender la sanidad y la educación públicas, mejorar el sistema de becas y garantizar el derecho a la vivienda y los artículos sociales de la Constitución». En definitiva, dijo, «a los trabajadores».
La diputada popular le respondió:«Loshijosnosomosresponsablesdenuestrospadres;nisiquiera los padres somos del todo responsables de lo que vayan a ser nuestros hijos. Por eso, se lo voy a decir por primera y última vez: usted es elhijodeunterrorista.Aesaaristocracia pertenece usted, a la del crimen político».
Pedro Sánchez va a cumplir su segundo año como presidente y el balance es pésimo
La semana comenzó con una campaña gubernamental que declara que «salimos más fuertes» de la crisis del coronavirus. No es cierto. Nos hemos dejado, como mínimo, a 27,000 seres queridos por el camino. Decenas de miles más han vivido experiencias de infección y hospitalización. Y entre todos acumulamos más dolor y menos riqueza que hace dos meses. Es cierto que la sociedad civil ha mostrado responsabilidad, y que hemos añadido otro episodio a nuestro cúmulo de experiencias compartidas. Pero las estructuras del Estado han sufrido un fuerte desgaste –véase la tensión entre Gobierno nacional y algunos gobiernos autonómicos– y ha aumentado el recelo de parte de los gobernados hacia sus gobernantes –eso son las caceroladas–. En el cómputo global, hoy estamos más traumatizados y empobrecidos que en marzo y con menos fe en gobiernos e instituciones.
No somos más fuertes que hace dos meses ni que hace dos años. Porque la semana que empezó con el eslogan gubernamental terminará con la efeméride de la moción de censura a Rajoy (31 de mayo de 2018). Pedro Sánchez va a cumplir su segundo año como presidente y el balance es pésimo; máxime cuando hablamos de quien llegó a la Moncloa prometiendo devolver la decencia a las instituciones. Desde entonces, su obsesión por mantenerse en el poder ha corroído desde la credibilidad del CIS hasta la separación de poderes, la independencia de la Justicia o la gestión de los cuerpos policiales. La línea que va del cese de Edmundo Bal al de Pérez de los Cobos es la historia de una erosión de importantes pilares de la democracia. Los fichajes estrella del Gobierno se han revelado o intrascendentes o decepcionantes; y ninguno más que GrandeMarlaska. La apuesta por alcanzar acuerdos con los responsables del golpe institucional de 2017 o con los herederos de Batasuna ha redundado en cesiones morales y materiales del Estado, sin beneficio apreciable para el conjunto de la ciudadanía. El mensaje mil veces repetido de que todo lo malo que acontece es culpa de La Derecha ha precipitado nuestra caída en un delirio frentista. Ninguna de las medidas sociales eran incompatibles con otro tipo de política o con otro manejo del poder. Y a todo esto se añade una gestión, como mínimo, errática e irresponsable de la crisis sanitaria. Quien creyese que de la amplia y justificada oposición a Rajoy saldría naturalmente una España mejor se equivocaba. Y también de esto nos costará mucho tiempo y esfuerzo salir.