La justa cólera
Los signos de los tiempos son atroces y entre ellos la violencia contra las mujeres alcanza dimensiones que muestran una profunda y tal vez incurable enfermedad social. México, según afirman los organismos internacionales, es uno de los peores países al respecto. Datos de Reuters indican que diariamente son asesinadas 10 mujeres, crímenes que sólo en una tercera parte se clasifican como feminicidios y en alta proporción quedan impunes, y que cada hora se denuncian seis delitos sexuales, mínima porción de los que se perpetran. A diferencia de la violencia contra los hombres, que en su horror contiene una lógica causal a pesar de todo, a las mujeres se les mata y abusa por el hecho de ser mujeres.
Detrás de tal violencia ciega hay una pulsión de odio radical a la vida, a la matriz de lo humano, a la naturaleza ontológica del ser. Una pulsión de muerte y aniquilación cuyo nihilismo es terminal. Esta sociedad donde se mata a las mujeres por serlo se está matando simbólicamente a sí misma: es el crimen contra la diosa, la naturaleza, la madre, la esposa, la amada, la hija. Contra la razón misma, un término femenino. La misoginia perenne cada vez más destructiva —que desde seis mil años atrás se originó debido a razones cuya mención excede este corto texto pero que pueden sumarse en una: kali yuga, edad final, edad oscura— hace secundario lo demás. De ahí que la fundada rabia feminista no pueda reducirse a un instrumentado embate de las fuerzas opositoras contra López Obrador y su 4T.
Mientras el presidente no entienda que antes de estar imbuido de una misión histórica está obligado a cumplir una función política, mientras no abandone esa auto-referencialidad en la que todo tiene que ver con él o sucede contra él, no comprenderá problemas tan acuciantes como la violencia contra las mujeres, el pacto patriarcal o el colapso ecológico. No sabrá tampoco que no hay tiempo ya.
Esta sociedad donde se mata a las mujeres por serlo se está matando simbólicamente a sí misma