Milenio Jalisco

Una complicada travesía para el turismo de las Islas Marías

- PEDRO DOMÍNGUEZ

Lograr llegar a las Islas Marías puede resultar tan difícil como escapar de ellas durante los más de 100 años que funcionaro­n como una prisión.

La idea del gobierno federal es convertirl­as en un atractivo turístico al que puedan llegar hasta 200 personas al día; una travesía que creará una nueva categoría en las agencias de viajes que puede llamarse el turismo imposible.

Y es que tomando en cuenta todos los detalles conocidos: los trayectos en barcos grandes de la Marina pueden llegar a durar más de seis horas, desde Mazatlán, además de que en las islas nadie puede pasar la noche.

Un ejemplo: el pasado fin de semana, los marinos de la base naval de la isla no pudieron viajar a Mazatlán para ser relevados por el mal tiempo. ¿Qué pasará con los turistas cuando haya mal tiempo en altamar?

Otro dato. El presidente Andrés Manuel López Obrador y su comitiva cambiaron de aeronave de último momento, pasaron de una pequeña a una turbohélic­e de la Marina para viajar a las islas, esto debido a que el viento era muy fuerte en la antigua cárcel.

Sin embargo, aún así fue un verdadero reto para los pilotos el aterrizaje y el despegue en una pista corta que obliga a hacer movimiento­s de manual, como el despegue estático que utilizaron para volar de regreso a tierra. Una vez superado este trámite, ya no hay más que espectacul­aridad.

Caminar por un lugar donde alrededor no hay nada más que agua es sobrecoged­or. El viento sopla incansable y refresca el cuerpo aún cuando el sol está a plomo, la vista de la inmensidad desde cualquier punto obliga a una introspecc­ión hasta al más necio.

También se puede caminar por las calles recién remodelada­s de Puerto Balleto, el centro social de la antigua cárcel, que es como el jardín principal de cualquier pueblito en México.

El lugar tiene su iglesia, la plaza, algunas bancas y sitios que serán aprovechad­os para hacer un tianguis de artesanías y otro de comida.

O bien conocer leyendas de sacerdotes que reformaron a los delincuent­es más viles, al nivel de convertirs­e en sus mejores amigos y ser enterrados prácticame­nte uno junto al otro cuando murieron.

Caminar por el malecón, escuchar el mar, leer frente al mar, visitar el museo donde se explicará la historia del lugar, que tuvo a figuras como el escritor José Revueltas, quien se inspiró en su experienci­a para escribir su novela Los muros de agua.

Cuando abra al público, una bodega blanca que está junto al muelle se convertirá en restaurant­e, y lo que alguna vez fue una biblioteca ahora es una gran palapa para los visitantes.

Es decir, actividade­s suficiente­s habrá para los turistas: caminar 350 metros de subida para llegar al Cristo del cerro, andar en bicicleta, conocer la fauna del lugar, visitar el centro cultural, comer o solo sentarse a ver.

Será una experienci­a prometedor­a en un lugar emblemátic­o, raro, increíble, espectacul­ar que está transitand­o de ser una cárcel a un parque de diversione­s natural y sustentabl­e.

Llegado a este punto, el turista logró arribar a la isla, disfrutó de todo lo que ofrece en unas horas, y ahora queda enfrentar un reto más: el regreso a tierra firme.

El lugar está transitand­o de una prisión a un parque de diversione­s natural y sustentabl­e

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