“Cuando el único argumento es la popularidad...”
El maniqueísmo intenta ofrecer como batalla ideológica la defensa de un candidato que ni cumplió con los requisitos que impone la ley, ni sobre el que la ética admite protección alguna. Recordatorio de que aquí no hay ley que cuide lo que la ética no presta. Podremos tener cuantas leyes gusten, pero ninguna tendrá efecto sin la ética mínima que lleva a cumplirlas.
Un país que tiene demasiadas deudas consigo mismo corre el riesgo de convertirse en una parodia de sí a cada elección. El candidato acusado reiteradamente de violencia sexual es abrazado por el presidente de su partido porque lo gandalla es una condición habitual de lo mexicano. El único argumento es la popularidad, teoría del rating aplicada nuevamente a la vida pública sin importar los costos a su paso. Si un político argumenta su popularidad por encima de la ley, le convendría admitir la nulidad de sus principios y convertirse en botarga de carnaval.
Una sociedad con nociones democráticas limitadas evita entender la democracia como una forma de gobierno, en la que su supervivencia política es conducida por la ley. Solo en una sociedad con suficiente desapego a la ley como manera de convivencia, es natural, hasta cierto punto, que un presidente y su partido actúen entre los márgenes de dichas relaciones.
Hay una crítica de las instituciones que no equivale a conocer o mucho a menos entender su funcionalidad. El ataque disfrazado de crítica representa nuestro culto a la falta de cultura cívica. La virulencia contra el INE es indicio de la mala relación con la historia por parte de quien dice conocerla, que tampoco es entenderla.
Amenazar al árbitro cuando aplica la ley enaltece la maña, perpetúa una tradición que la sitúa por encima de lo legal. Reconocimiento de que en México la ley está para rebasarla.
En un país estancado en su presente, las elecciones distan de ser una apuesta cívica por el futuro. México actúa sobre la marcha sin marchar. A la defensa de la tribu le sigue el Estado convertido en mala cantina. Nos hemos negado a aceptar que si hay falta de confianza en la democracia representativa no es en la democracia de quien desconfiamos, sino que exhibe las fallas de nosotros los representados.
En un país estancado en su presente, las elecciones distan de ser una apuesta cívica por el futuro