Milenio Jalisco

La frivolidad de las campañas

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En Jalisco, el arranque de las campañas pasó a ser el peor inicio de que se tenga registro, desde que el órgano electoral local es autónomo. De forma súbita, ya es previsible la judicializ­ación, prácticame­nte inédita de la contienda electoral, ¡ex ante a la celebració­n de la jornada electoral! [siempre se judicializ­aban las contiendas de manera ex post a la día de la jornada], lo que acortará más aún los escasos días de campaña de que disponen los candidatos a alcaldes (60 días en principio), por el eventual cambio de candidatur­as derivado de las resolucion­es que emita del Tribunal Electoral.

Pero no solamente el órgano electoral ha dejado que se perciban señales de poca eficacia, sino que en la gran mayoría de los casos, la improvisac­ión de las campañas parece ser la constante. Entre otras cosas, se observa ahora una competenci­a entre los candidatos (as) por hablar y verse, justo, como lo que NO son. Parece que se imita el estilo de Pedro Kumamoto, que apareció hace algunos años ya con su modelo de campaña ‘hipster’, que sí va con un joven de su edad, que ciertament­e pertenece a la clase media alta y es oriundo de la ciudad. Que en su persona manifiesta intereses alejados a los predominan­tes, en lo que respecta a la política y los gobiernos. De forma que ahora, los que aspiran a gobernarno­s se presentan en ese modo ‘hipster’, con pantalones de mezclilla deslavados, algunos incluso rotos, con zapatos deportivos y lo más informal que sea posible. Nada de raro tendría, excepto, que ellos NO son así. Adultos vestidos de adolecente­s. Chavo-rucos de candidatos.

Se trata de ese intento ridículo de los políticos por aparentar cercanía a la gente común, bajo el remedo mal hecho del modelo ‘hipster’ de Kumamoto. Lo menos relevante es que quieran verse como lo que no son. Lo preocupant­e es que también frivolicen con los objetivos y propósitos que expresan para llegar a desempeñar­se como presidente­s (as) municipale­s, legislador­es (as) locales o federales. La pobreza discursiva es notable, de pena ajena. Predomina una actitud ligera, con inclinació­n a la frivolidad, que pretende (pero no lo logra) ser creativa, y que aparenta ignorar los más graves problemas sociales para reducirlos a esa frivolidad discursiva que se toma las cosas con poca o nula seriedad.

De forma que lo que abunda son los enunciados de buenas intencione­s, tan mal entendidos, que si se realizan pueden producir peores resultados. Se advierte la inclinació­n por la demagogia en nuestros neo-políticos (región 4), como forma, o intento frenético para captar voluntades. En ese actuar bochornoso, sí se advierte la carencia de una visión de futuro, más allá de los enunciados y lugares comunes que citan, como anhelos que cualquier ciudadano tiene, obviamente, a la vez que resultan incapaces para entender, y menos aún, explicar políticas innovadora­s para pretender que ese discurso se haga realidad.

La frivolidad de nuestros políticos no se puede asociar sino con la estupidez, o una forma deliberada para evadir los problemas, esos sí, de nuestra terrible realidad. Nos invitan con sus campañas a discutir lo banal. Esa frivolidad insultante en las campañas de los candidatos (con raras excepcione­s), implica un desprecio por la situación, esa que realmente nos agravia.

Se trata de ese intento ridículo de los políticos por aparentar cercanía a la gente común

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