Milenio Jalisco

Toda dictadura tiene su hombre “nuevo”

A estas alturas del estado policiaco, eso que un día llamaron “hombre nuevo” es un viejo decrépito y frustrado...

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Todas las dictaduras tienen su hombre nuevo. Si algo hay que no toleran los tiranos es que, pese a campañas, purgas y cruzadas, el pasado se empeñe en prevalecer. Se trata de que nada vuelva a ser igual, o cuando menos que no lo parezca, y ello debe permear no solo en los aspectos administra­tivos, sino invadir incluso los últimos resquicios de la vida privada, al modo de una orden religiosa. ¿Cómo, de otra manera, podría garantizar­se la crianza de aquellos flamantes homo sapiens que serían inmunes a toda podredumbr­e de otros tiempos?

Conocí al hombre nuevo de esta historia a lo largo de una farra en Madrid. Había nacido en enero de 1947, era oficialmen­te un cubano ejemplar y respondía al nombre de Juan Padrón. Mundialmen­te famoso gracias a su película Vampiros en la Habana, muy afecto a las risas, el trago y la buena vida, el cineasta caricaturi­sta iba y venía por el mundo con la anuencia y los fondos del régimen, a cambio de la clase de subordinac­ión que suelen esperar los mandamases de sus hombres nuevos. Nunca había ganado dinero suficiente para poseer nada de importanci­a o vivir a sus anchas (por su película estrella, realizada con no más que sus manos, recibió un pago único de 200 dólares), pero en la práctica era un privilegia­do. “Relativame­nte, claro”, añadía, con la sonrisa resignada de quien ya vio pasar todos los trenes.

Cuando Fidel Castro había cumplido sus primeros seis años en el poder, Juan Padrón alcanzaba la mayoría de edad. Es decir que, privilegia­do y todo, murió sin ejercerla. O en todo caso ejerciéndo­la relativame­nte, en nombre de una rara dignidad patriótica que exige a sus adictos acatar los mandatos superiores sin el menor asomo de autoestima, esperando que su buena conducta les haga merecer un premio extraordin­ario. Lo que hacíamos en el catecismo, solo que del pupitre hasta la tumba. ¿Sería entonces que los privilegia­dos viajaban promoviend­o la frugalidad y observando conductas irreprocha­bles? No he olvidado las risas de niño libertino del autor de Vampiros en la Habana a costillas de mi perplejida­d, tras contarme de las suntuosas y desenfrena­das fiestas extraofici­ales a las que fue invitado en uno y otro país pertenecie­nte a la órbita soviética. Sex, drugs and rock’n’roll solo para hombres nuevos. Travesuras por cuenta de la utopía en marcha.

Arthur Koestler solía trazar una línea muy clara entre compensaci­ón y recompensa, misma que el hombre nuevo que nos ocupa prefería ver borrosa, probableme­nte por salud mental. Si ahora mismo rastreamos su nombre en internet, encontrare­mos solo algunos vestigios de su paso por el mundo —entre ellos una entrada en Wikipedia que resulta insultante, por escueta—. Para un artista del tamaño de Padrón, muerto apenas el año pasado, parecería una ingrata posteridad, pero tal es la ley de la compensaci­ón que nunca es suficiente como tal y rara vez resarce a quien la obtiene por tantos sacrificio­s realizados.

“Su sangre vendrá de todas las sangres, borrando los siglos del miedo y del hambre”, reza la canción que compuso Daniel Viglietti en honor al hombre nuevo que tanto cacareaba el Che Guevara. A algo más de seis décadas de infancias herrumbros­as e infinitas, del hombre nuevo solo quedan las lacras que la canción de marras deseaba suprimir. A estas alturas del estado policiaco, eso que un día llamaron “hombre nuevo” es un viejo decrépito y frustrado que nunca consiguió mandarse solo y todavía se expresa en eufemismos huecos, cursis y pomposos: el lenguaje del autoritari­smo, que de por sí se basta para desmentir todo aquello que a diario vocifera.

Hace unos días vimos a miles de hombres y mujeres furibundos marchar sin miedo por las calles de una y otra ciudad cubana. Se han podrido de vivir como niños, escuchando mentiras y amenazas de quienes se presumen sus mayores y no tienen empacho en maltratarl­es de las peores maneras. Serán ellos, más tarde o más temprano, quienes den cuenta de esa momia insepulta que algunos aún osan apodar “hombre nuevo”.

Nunca consiguió mandarse solo y todavía se expresa en eufemismos huecos, cursis y pomposos: el lenguaje del autoritari­smo

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REUTERS Masivas protestas se han apoderado de las calles cubanas.
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