Cuba contra… la biología
Aquienes siguen defendiendo al régimen cubano contra viento y marea, ¿no les inquieta que no existan diferentes partidos políticos en la isla y que los ciudadanos no tengan la opción de elegir libremente a sus gobernantes como ocurre en la inmensa mayoría de los países de este planeta? ¿Qué razón puede haber —y qué suprema justificación— para que se instaure un sistema de partido único? ¿Ésa, la ausencia de democracia, es la condición indispensable y obligatoria para que funcione el modelo comunista?
Más allá de que el sistema necesite también de la represión permanente del ciudadano y de que le niegue los derechos más fundamentales, el principio sacrosanto del socialismo a ultranza es la falta de competencia y eso no deja de ser, si lo piensas, algo insólito: no hay competencia en el mercado económico —el único y exclusivo productor es un Estado metido a fabricante universal de productos; los tamaños no le alcanzan, sin embargo (es lo que termina siempre por ocurrir en una maquinaria movida por burócratas ineptos), pero entonces se arroga la facultad única de distribuir las mercaderías que trabajosamente adquiere en el exterior— y, paralelamente, no hay tampoco disputa alguna en la arena política.
Esta supresión arbitraria de la competencia entre las partes (bueno, es un decir, no hay contendientes sino un solo participante en la lucha) contradice la esencia misma de la naturaleza humana y va también a contracorriente de los impulsos biológicos que observamos en el mundo animal: los individuos, en la práctica mayoría de las especies, compiten unos contra los otros. El proceso civilizatorio, por fortuna, ha mitigado los arrebatos de los competidores más abusivos y, a punta de regulaciones, ha consentido la existencia de un libre mercado razonablemente justo o, por lo menos, no prohibicionista. Y uno de los pilares de la democracia liberal es, precisamente, la acreditación pública de que el poder político se disputa con urbanidad entre adversarios legítimos.
Bueno, en Cuba, con todo, sigue habiendo competencia. Pero no es abierta, a la luz del día, sino una pugna reservada a los dignatarios de una élite partidista enfrascada en sus intrigas palaciegas. Al final, siguen mandando ellos. El que pierde es… el pueblo.
El principio sacrosanto del socialismo a ultranza es la falta de competencia