Milenio Jalisco

“Itzcóatl pensó que la historia de su pueblo le quedaba chica”

- ENRIQUE SERNA* * Autor de El vendedor de silencio

Cuando la memoria de los pueblos era monopolio de una casta sacerdotal arrodillad­a ante el poder militar, algunos tiranos de la antigüedad cayeron en la tentación de abolir el pasado, temerosos, quizá, de quedar empequeñec­idos por sus ancestros. El primer emperador chino Shi Huang Ti (259-210 A.C.) no sólo quiso aislarse del mundo con la erección de la Gran Muralla: también ordenó quemar los libros anteriores a su coronación, para que la historia empezara con él. Tras haber desterrado a su madre por libert in a,ShiHuang Ti“quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuerdo: la infamia de su madre”, conjetura Borges en el ensayo “La muralla y los libros ”. Por fortuna, la quemazón no pudo aniquilar tres mil años de historia y gracias a los heroicos letrados del imperio que desafiaron, bajo peligro de muerte, la prohibició­n de ocultar manuscrito­s, la humanidad conserva, entre otras, las obras de Confucio y Lao-Tse.

Más calculador y astuto que Shi Huang Ti, el mexica Tlacaelel, primer ministro de cuatro tlatoanis, emprendió en 1428 una exitosa reinvenció­n del pasado. La Triple Alianza formada por Tacuba, Tenochtitl­án y Texcoco acababa de vencer a la potencia hegemónica en el Valle de México: Azcapotzal­co. Borracho de gloria, el emperador Itzcóatl sintió que la historia de su pueblo ya le quedaba chica y Tlacaelel recurrió a un ardid para engalanarl­a. “En los viejos códices, la imagen del pueblo mexica distaba de aparecer con rasgos de grandeza –cuenta Miguel León Portilla en Toltecáyot­l–. Era pues necesario reinterpre­tar el pasado para tener en él nuevo apoyo del destino que aguardaba a los seguidores de Huitzilopo­chtli”. Tras la quema de los antiguos códices, “distintas versiones del pasado empezaron a reflejar la imagen que los mexicas querían tener de sí mismos”. La historiado­ra Camila Townsend difiere de León Portilla en cuanto a los móviles políticos de la falsificac­ión. Según Tow ns end,Itzcóatl ordenó la quema ceremonia ldecó dices para borrar de la conciencia colectiva la posibilida­d de que alguno de sus medios hermanos lo sucediera en el trono (véase Fifth sun, a new history of the aztecs). Sea cual sea el móvil y el autor intelectua­l de esta maniobra ideológica, es indudable que tuvo un gran éxito, pues a partir de entonces, Tenochtitl­án ya no se conformó con ser una modesta ciudad-estado y el pueblo mexica se lanzó a la conquista de reinos distantes, confiado en su falso historial de pueblo invicto.

Desde la invención de la imprenta, la tentativa de abolir o re inventar el pasado tuvo menos probabilid­ades de éxito. Sin embargo, a mediados el siglo XVII resurgió entre los puritanos ingleses. “En uno de los parlamento­s populares convocado sporCromwe­ll– refiere SamuelJohn­son–sepropusom­uy seriamente que fueran quemados los archivos de la Torre de Londres, para borrar toda memoria de las cosas pretéritas y recomenzar así una nueva vida”. Por fortuna, en este caso Cromwell impidió la quema del archivo, y desde entonces, los gobiernos autoritari­os recurren a un método más expedito para que los pueblos desconozca­n su pasado: mantenerlo­s sumidos en la ignorancia.

Aunque los promotores de la desmemoria siempre hayan abrigado intencione­s ruines, la propia historia nos enseña que el olvido del pasado no siempre daña a los pueblos y en ocasiones puede catapultar­los hacia el futuro. Los primeros colonos de Norteaméri­ca, por ejemplo, llegaron al Nuevo Mundo con la mente libre de atavismos ancestrale­s, dispuestos a fundar una patria nueva a partir de cero. Muchos de ellos eran vagabundos, campesinos sin tierra o ex presidiari­os a quienes la corona británica expulsaba del Reino Unido. En su caso, la renuncia a la tradición era un impulso liberador, y quizá la amnesia inducida fue uno de los factores que les permitiófo­rjare se gran país. Tampoco los inmigrante­s mexicanos en Estados Unidos se echan al hombro nuestra milenaria y trágica historia. Más bien procuran olvidarla, ¿y quién puede culparlos por eso?

Si bien es cierto, como dijo Santayana, que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, en países con una memoria plagada de fracasos y derrotas, el olvido estratégic­o del pasado puede ser una saludable vacuna contra el fatalismo. En la actualidad, el gobierno de México ha emprendido una ofensiva ideológica para reclamar ala corona española los agravios cometido s por los conquistad­ores hace 500 años. En el muy remoto caso de que el rey Felipe VI accediera a pedirnos excusas ,¿ qué ganaríamos con eso? ¿Un nuevo argumento para sentir nos víctimas ?¿ Refocilar nos en un trauma fundaciona­l? No pretendo fomentar el analfabeti­smo histórico. Estudiar a fondo nuestro pasado, pero neutraliza­r sus efectos opresivos o apabullant­es, sería quizá la fórmula ideal para no convertir lo en un lastre.

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LUIS MIGUEL MORALES C.
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