“Itzcóatl pensó que la historia de su pueblo le quedaba chica”
Cuando la memoria de los pueblos era monopolio de una casta sacerdotal arrodillada ante el poder militar, algunos tiranos de la antigüedad cayeron en la tentación de abolir el pasado, temerosos, quizá, de quedar empequeñecidos por sus ancestros. El primer emperador chino Shi Huang Ti (259-210 A.C.) no sólo quiso aislarse del mundo con la erección de la Gran Muralla: también ordenó quemar los libros anteriores a su coronación, para que la historia empezara con él. Tras haber desterrado a su madre por libert in a,ShiHuang Ti“quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuerdo: la infamia de su madre”, conjetura Borges en el ensayo “La muralla y los libros ”. Por fortuna, la quemazón no pudo aniquilar tres mil años de historia y gracias a los heroicos letrados del imperio que desafiaron, bajo peligro de muerte, la prohibición de ocultar manuscritos, la humanidad conserva, entre otras, las obras de Confucio y Lao-Tse.
Más calculador y astuto que Shi Huang Ti, el mexica Tlacaelel, primer ministro de cuatro tlatoanis, emprendió en 1428 una exitosa reinvención del pasado. La Triple Alianza formada por Tacuba, Tenochtitlán y Texcoco acababa de vencer a la potencia hegemónica en el Valle de México: Azcapotzalco. Borracho de gloria, el emperador Itzcóatl sintió que la historia de su pueblo ya le quedaba chica y Tlacaelel recurrió a un ardid para engalanarla. “En los viejos códices, la imagen del pueblo mexica distaba de aparecer con rasgos de grandeza –cuenta Miguel León Portilla en Toltecáyotl–. Era pues necesario reinterpretar el pasado para tener en él nuevo apoyo del destino que aguardaba a los seguidores de Huitzilopochtli”. Tras la quema de los antiguos códices, “distintas versiones del pasado empezaron a reflejar la imagen que los mexicas querían tener de sí mismos”. La historiadora Camila Townsend difiere de León Portilla en cuanto a los móviles políticos de la falsificación. Según Tow ns end,Itzcóatl ordenó la quema ceremonia ldecó dices para borrar de la conciencia colectiva la posibilidad de que alguno de sus medios hermanos lo sucediera en el trono (véase Fifth sun, a new history of the aztecs). Sea cual sea el móvil y el autor intelectual de esta maniobra ideológica, es indudable que tuvo un gran éxito, pues a partir de entonces, Tenochtitlán ya no se conformó con ser una modesta ciudad-estado y el pueblo mexica se lanzó a la conquista de reinos distantes, confiado en su falso historial de pueblo invicto.
Desde la invención de la imprenta, la tentativa de abolir o re inventar el pasado tuvo menos probabilidades de éxito. Sin embargo, a mediados el siglo XVII resurgió entre los puritanos ingleses. “En uno de los parlamentos populares convocado sporCromwell– refiere SamuelJohnson–sepropusomuy seriamente que fueran quemados los archivos de la Torre de Londres, para borrar toda memoria de las cosas pretéritas y recomenzar así una nueva vida”. Por fortuna, en este caso Cromwell impidió la quema del archivo, y desde entonces, los gobiernos autoritarios recurren a un método más expedito para que los pueblos desconozcan su pasado: mantenerlos sumidos en la ignorancia.
Aunque los promotores de la desmemoria siempre hayan abrigado intenciones ruines, la propia historia nos enseña que el olvido del pasado no siempre daña a los pueblos y en ocasiones puede catapultarlos hacia el futuro. Los primeros colonos de Norteamérica, por ejemplo, llegaron al Nuevo Mundo con la mente libre de atavismos ancestrales, dispuestos a fundar una patria nueva a partir de cero. Muchos de ellos eran vagabundos, campesinos sin tierra o ex presidiarios a quienes la corona británica expulsaba del Reino Unido. En su caso, la renuncia a la tradición era un impulso liberador, y quizá la amnesia inducida fue uno de los factores que les permitióforjare se gran país. Tampoco los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos se echan al hombro nuestra milenaria y trágica historia. Más bien procuran olvidarla, ¿y quién puede culparlos por eso?
Si bien es cierto, como dijo Santayana, que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, en países con una memoria plagada de fracasos y derrotas, el olvido estratégico del pasado puede ser una saludable vacuna contra el fatalismo. En la actualidad, el gobierno de México ha emprendido una ofensiva ideológica para reclamar ala corona española los agravios cometido s por los conquistadores hace 500 años. En el muy remoto caso de que el rey Felipe VI accediera a pedirnos excusas ,¿ qué ganaríamos con eso? ¿Un nuevo argumento para sentir nos víctimas ?¿ Refocilar nos en un trauma fundacional? No pretendo fomentar el analfabetismo histórico. Estudiar a fondo nuestro pasado, pero neutralizar sus efectos opresivos o apabullantes, sería quizá la fórmula ideal para no convertir lo en un lastre.