El gobierno que despilfarra es corrupto y criminal
Amillones de personas ajenas a los servicios de aviación les importa un comino si los aeropuertos de su país son grandes o pequeños, buenos o malos, si tienen o no capacidad para satisfacer la demanda, si son seguros o de alto riesgo. Su argumento es simple: “Nunca viajo en avión, y de ese tema no sé ni me importa”.
Los aeropuertos son indispensables para el desarrollo de los países, y afectan para bien o para mal a ricos y pobres. Detonan el turismo, los negocios, el flujo de migrantes y el tráfico de mercancías; en resumen: sus servicios son de la mayor importancia. Por eso, es de idiotas decidir por consulta pública si se construye o no un aeropuerto en determinado lugar; y si la tal consulta es, además, simulada y tramposa (porque la decisión ya estaba tomada) el gobernante es un bribón.
¿Qué decisiones ha tomado el gobierno sobre los aeropuertos de Ciudad de México y la zona metropolitana?
1) Canceló la construcción del aeropuerto de Texcoco.
2) Amplió el aeropuerto militar de Santa Lucía (hoy Felipe Ángeles) para operarlo conjuntamente con el de Ciudad de México (el Benito Juárez) y el de Toluca.
¿Qué ha resultado de esas decisiones?
A más de cuatro meses de inaugurado, el Felipe Ángeles sigue en construcción y no vuelan ahí ni las moscas. Ha sido un fracaso total, y la navegación en esa zona es de alto riesgo, de ahí su mala calificación internacional. El viejo aeropuerto Benito Juárez (inaugurado en 1950) está con sus dos pistas colapsadas y la Terminal 2 hundiéndose.
Ya he dicho, y repito: si no se hubiera cancelado la construcción del de Texcoco,
1) Estaríamos estrenando, o por estrenar, un aeropuerto de primera categoría mundial, capaz de satisfacer la demanda por muchos años, y sin los graves riesgos enfrentados hoy por la aviación en la zona metropolitana.
2) La Ciudad de México ya dispondría de 760 hectáreas (no de 76 como erróneamente dije el miércoles pasado en el programa de José Cárdenas en Radio Fórmula). Tendría, pues, la Ciudad de México el aprovechamiento de 7 millones seiscientos mil metros cuadrados donde se encuentra actualmente el aeropuerto Benito Juárez, a once kilómetros del Zócalo, lugar idóneo para construir escuelas, universidades, hospitales, canchas deportivas y mil cosas más en beneficio de los capitalinos y de los mexiquenses.
Además, el Gobierno se habría ahorrado más de 300 mil millones de pesos tirados en indemnizar a los empresarios por cancelar el de Texcoco, en la ampliación del Felipe Ángeles y en la construcción de sus vialidades.
Duele imaginar cómo habrían rendido esos 300 mil y tantos millones de haberse destinado, por ejemplo, a la salud pública.
Ese es el costo para México de un crimen perpetrado por el corrupto con ínfulas de emperador. Me refiero, claro, al ínclito, integérrimo y bienamado Tartufo.