Una semana normal
En una semana, el deporte español colocó al jovencito Alcaraz en la cima del tenis mundial, manteniendo vigente al legendario Nadal y consiguió otro campeonato europeo de baloncesto, el cuarto en la última década, consolidándose como potencia en las duelas.
El exitoso modelo del deporte español, arraigado en la práctica, fortalecido en el amateurismo y arrasador en el profesionalismo, ejemplifica como pocos el cambio cultural que se requiere para promover una sociedad deportiva, desarrollar un semillero de atletas y fundar una casta de campeones.
España era un país de futbolistas y toreros, su deporte dominante y su fiesta nacional, cultivaron una afición monótona, monotemática y monosilábica: gol, olé y amén; expresiones que la sociedad repetía cada domingo. Abarrotada la arena y repleto el campo, no había transmisiones para conocer otros deportes. Hasta que llegaron un tenista y un golfista, hijos de las clases populares: Manolo Santana, de Roland Garros al US Open y Wimbledon; y Severiano Ballesteros, convirtiendo el golf en fenómeno de masas ganando el British, Augusta y capitaneando la Ryder.
El tenis y el golf, deportes elitistas, despertaron el instinto competitivo y ganador de un país que se asomaba a un importante cambio social. Aquellos primeros campeones independientes cautivaron generaciones que, hasta entonces, solo querían jugar futbol en el patio del colegio.
De los legendarios Santana y Ballesteros descienden Induráin, Arantxa, Alonso, Casillas, Xavi, Iniesta, Nadal, Gasol, Belmonte, Lorenzo o Alcaraz. Los españoles saltan a las pistas, la NBA, F1, Mundiales, Eurocopas, Juegos Olímpicos y cualquier competencia que les pongan por delante.
Su modelo, donde todos los días nacen ciclistas, pilotos, atletas, nadadoras, balonmanistas, motociclistas, tenistas, golfistas, futbolistas y basquetbolistas campeones, confirma que sociedad y deporte avanzan juntos.
El exitoso modelo español confirma que sociedad y deporte avanzan juntos