Su nombre es Philip Roth
Producir constantemente una obra requiere de talento para llevarla a cabo en condiciones en la que uno preferiría ya no hacerla, pues con él basta. Trabajar por remuneración económica corresponde y la tensión de esta labor parece inevitable.
En Trabajos forzados Daria Gelateria compila de qué vivían algunos autores que no podían sustentarse del quehacer y necesitaban más recursos, teniendo otros oficios. Entre ellos: Jack London, Charles Bukowski, Máximo Gorki, Dashiell Hammett. Sin embargo, hay varios que logran mantenerse publicando. Así le sucede a Philip Roth (1933-2018).
La naturaleza del escritor no debería ser de un mercenario que lucra, pero sí de quien desea sostenerse con su trabajo sin que la frustración y el desdoro lo quebranten. Roth, aparte de novelas, tiene ensayos; en específico: ¿Por qué escribir?, en el que lectores, críticos y el autor contestan para sí esta pregunta.
Uno aprende a redactar escribiendo pero las técnicas y los recursos de cómo ejecutarlo deben estudiarse, es incluso necesario saber teoría aunque nada equipara la práctica. Sin embargo, ¿qué pasa cuando todo ha terminado? Y después del glamour el artista debe retirarse. En La humillación (editorial Debolsillo) Roth narra cómo un famoso actor, Simon Axler, enfrenta el final de su carrera.
Axler, la epítome del hombre exitoso que tenía todo y ahora, ante las ruinas, se niega a construir nuevamente. Intempestivamente “estalla otra trama: el deseo erótico que consuela”, no augurando un mejor final del que tendría al evitar perseguirlo.
Uno aprende a redactar escribiendo pero las técnicas y los recursos de cómo ejecutarlo deben estudiarse