Milenio Jalisco

Cuando se nos mueve el piso

- Twitter: @baezamanue­l

Nada da más certeza que la Tierra, el suelo que pisamos. No en balde usamos frases como “poner los pies en la tierra”, cuando queremos decir que alguien ya está consciente de su realidad. O cuando uso anda distraído, y te piden tus amigos o compañeros que aterrices, que ya dejes de volar.

Todos queremos un pedazo de tierra para vivir; o para sembrar y cosechar. Y al final de nuestra vida, la tradición es que se te entierre, que regreses a la Madre Tierra.

Por eso tanta desazón cuando tiembla. Existen pocas sensacione­s tan desagradab­les como sentir que el suelo se mueve; que la certeza que te da la Tierra desaparezc­a por unos segundos. Es entonces cuando te sientes verdaderam­ente vulnerable. Porque si la Tierra no lo es, entonces poco podrá ser confiable.

Y así son los sismos: un duro golpe de realidad. Nuestro mundo se mueve y el corazón se encoge, y la mente se aturde o de plano se paraliza. Y cuando deja de temblar, y no ocurrió nada, o sí, pero no gran cosa, uno busca regresar a la normalidad, pero el recelo permanece por días, semanas, o incluso años en casos muy severos.

Por haber vivido en Guadalajar­a prácticame­nte toda mi vida, concibo los temblores como algo lejano. Aunque mi esposa, nativa de la Ciudad de

México, los tiene en un concepto totalmente diferente. Para ella un sismo es algo muy serio y con consecuenc­ias. Vivió el temblor de 1985, y no olvida las vivencias de días amargos, aunque su familia no sufrió daños ni físicos ni materiales.

Escribo este texto reconocien­do que mal dormí. Apenas iba a acostarme cuando tembló la madrugada del jueves (ayer), y aunque desde casa, hubo que extender la jornada laboral. Y veo en redes sociales muchos camaradas tuiteros que reconocen haber estado zombis todo el día. Lo mismo siento yo. ¿Qué puedo decir? Que mucho o poco, un sismo nos rompe esa confianza que señalaba al principio sobre la solidez y serenidad que nos da la Tierra bajo nuestros pies. Es algo natural, inevitable, pero por más nervios de acero que quiera uno tener al momento de vivirlo, un sismo se siente feo, muy feo. A ver cómo amanecemos este viernes. Y el sábado, y domingo, y lunes.

Todos queremos un pedazo de tierra para vivir

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