Escalofriante deterioro de lo público
En mis tiempos, la insurrección de los ciudadanos era una respuesta valerosa a los abusos del poder: el orden establecido era consustancialmente injusto y debía ser combatido con todo el ímpetu de la furia revolucionaria. La figura del insumiso —perseguido, segregado, discriminado— era tan gloriosa como ejemplar. La rebeldía y la juventud constituían un binomio inseparable.
Hoy, el repudio al “sistema” resulta del oportunismo de los extremistas. Los sujetos más radicales y sectarios han logrado hacerse un lugar en el espacio público y lanzan, desde su trinchera, ataques a las instituciones, tremebundas denuncias y descaradas falacias para agenciarse la adhesión de los millones de inconformes que ha fabricado la modernidad.
En la mira de esos nuevos ocupantes del escenario político está ni más ni menos que la democracia liberal, menospreciada por las masas en tanto que no ha servido para resolver todos y cada uno de los problemas del mundo real.
El ciudadano-consumidor-votante, insatisfecho e inconforme como se encuentra, no valora ya lo que tiene. Los beneficios del proceso civilizatorio los da por descontados y justamente por no validar —ni agradecer— su privilegiada condición de individuo soberano con derechos y facultades, reacciona a las primeras de cambio en cuanto escucha el canto de sirenas de los populistas: no sólo se cree las más descabelladas promesas, no sólo responde al trillado discurso divisionista y no sólo se siente reconocido al advertir que se certifica manifiestamente un oscuro revanchismo sino que se dispone, de la mano del supremo agitador, a seguir el camino de la total demolición de las cosas.
Así toma por asalto el Capitolio, movido por la morrocotuda fábula —fabricada de manera aviesa y calculada— de que se consumó un fraude en las últimas elecciones presidenciales celebradas en los Estados Unidos. Y así, de la misma manera, se suma a la andanada de insultos que les caen encima a quienes, en un país con una muy precaria democracia como México, se van a manifestar este domingo para expresar su apoyo al Instituto Nacional Electoral.
Esta arremetida de los sectarios contra las instituciones legítimas del Estado no es una meritoria resistencia civil. Es un escalofriante deterioro de la vida pública.
La rebeldía y la juventud constituían un binomio inseparable