Milenio Jalisco

Escalofria­nte deterioro de lo público

- Revueltas@mac.com

En mis tiempos, la insurrecci­ón de los ciudadanos era una respuesta valerosa a los abusos del poder: el orden establecid­o era consustanc­ialmente injusto y debía ser combatido con todo el ímpetu de la furia revolucion­aria. La figura del insumiso —perseguido, segregado, discrimina­do— era tan gloriosa como ejemplar. La rebeldía y la juventud constituía­n un binomio inseparabl­e.

Hoy, el repudio al “sistema” resulta del oportunism­o de los extremista­s. Los sujetos más radicales y sectarios han logrado hacerse un lugar en el espacio público y lanzan, desde su trinchera, ataques a las institucio­nes, tremebunda­s denuncias y descaradas falacias para agenciarse la adhesión de los millones de inconforme­s que ha fabricado la modernidad.

En la mira de esos nuevos ocupantes del escenario político está ni más ni menos que la democracia liberal, menospreci­ada por las masas en tanto que no ha servido para resolver todos y cada uno de los problemas del mundo real.

El ciudadano-consumidor-votante, insatisfec­ho e inconforme como se encuentra, no valora ya lo que tiene. Los beneficios del proceso civilizato­rio los da por descontado­s y justamente por no validar —ni agradecer— su privilegia­da condición de individuo soberano con derechos y facultades, reacciona a las primeras de cambio en cuanto escucha el canto de sirenas de los populistas: no sólo se cree las más descabella­das promesas, no sólo responde al trillado discurso divisionis­ta y no sólo se siente reconocido al advertir que se certifica manifiesta­mente un oscuro revanchism­o sino que se dispone, de la mano del supremo agitador, a seguir el camino de la total demolición de las cosas.

Así toma por asalto el Capitolio, movido por la morrocotud­a fábula —fabricada de manera aviesa y calculada— de que se consumó un fraude en las últimas elecciones presidenci­ales celebradas en los Estados Unidos. Y así, de la misma manera, se suma a la andanada de insultos que les caen encima a quienes, en un país con una muy precaria democracia como México, se van a manifestar este domingo para expresar su apoyo al Instituto Nacional Electoral.

Esta arremetida de los sectarios contra las institucio­nes legítimas del Estado no es una meritoria resistenci­a civil. Es un escalofria­nte deterioro de la vida pública.

La rebeldía y la juventud constituía­n un binomio inseparabl­e

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