Qatar, la complicidad
Nadie como Qatar entendió en Medio Oriente la permisividad a la barbarie. Amaestraron las peores características de nuestra indiferencia: la vanidad, elasticidad de los límites, el gusto por la estridencia. Usufructuaron cada elemento en un mundial de futbol que representa lo opuesto al espíritu de cualquier deporte.
Seis mil quinientos trabajadores murieron en Qatar desde su designación como país sede. Cuando el número fue consignado en una investigación de The Guardian, éste se sumó a los muchos reportes alrededor de la fuerza de trabajo en la región. Amnistía Internacional, Human Rights Watch, etc.
Eran los saldos del kafala, el sistema que permitió controlar la vida de obreros migrantes. Retención de pasaportes, hacinamiento, prohibición de cambiar de empleo.
En una estrategia de perversidad perfecta, las autoridades qataríes y el Comité Supremo, encargado del evento, así como la FIFA, lograron hacer cómplices a las audiencias a través de la complicidad de patrocinadores y medios; socios comerciales de los modos de Doha.
Certificados de muerte nombraron arrestos cardiacos; empleadores registraron los fallecimientos como “no relacionados al trabajo”, lo que facilitó negar compensaciones a familiares. Sobrevivientes dependen hoy de diálisis por las disfuncionalidades renales a causa de jornadas excesivas a temperaturas extremas.
Para cualquiera interesado en este legado de la brutalidad será sencillo dar con documentales, piezas periodísticas o estudios del fenómeno. ¿Qué tanto existe ese interés?
A través de una serie de reformas el sistema laboral abandonó su nombre, no así su naturaleza. Qatar supo ejecutar la trampa. La prensa dedicada replica boletines dando cuenta de la anulación del kafala, como si la consciencia pudiese lavarse. Mencionan a manera de simple polémica el sistema de protoesclavitud en nombre del espectáculo, de la fiesta mediática y financiera. Qatar logró se conjugue en pasado la tragedia presente. Muchos dirán que ya no se puede cambiar la realidad, pero debe recordarse en una mínima apuesta a la decencia y, al menos, un poco de incomodidad.
Bajo algunas bancas de los estadios, trabajadores prácticamente esclavizados dibujaron sus nombres. Gol.
Nadie como este país entendió en Medio Oriente la permisividad a la barbarie