Milenio Jalisco

La pulgada de la Alianza, entre la guerra y la paz

En caso de agresión rusa, Polonia puede solicitar la defensa militar de los aliados

- PABLO PARDO WASHINGTON CORRESPONS­AL

Al final, la guerra atómica se queda reducida a una cosa de 2,5 centímetro­s de largo. Eso es una pulgada: exactament­e dos centímetro­s y 54 milímetros. Y Estados Unidos, que todavía mantiene su sistema tradiciona­l (customary) de medidas, ha recurrido a la pulgada para establecer la frontera entre la paz y la guerra en Europa.

En junio pasado, el presidente estadounid­ense, Joe Biden, dijo en la cumbre de la Alianza Atlántica en Madrid que EEUU defenderá «cada pulgada de territorio de la OTAN». Ya lo había dicho antes, el 22 de febrero, en la víspera de la invasión rusa de Ucrania, y volvería a repetirlo el 24 de marzo, en una cumbre extraordin­aria de la Alianza Atlántica. Y volvería a repetirlo el 30 de septiembre, en medio del temor a un ataque ruso con bombas atómicas. Así que no es de sorprender que el presidente de Lituania, Gitanas Nauseda, tuiteara ayer, tras el incidente en la frontera de Polonia: «¡Cada pulgada del territorio de la OTAN debe ser defendida!».

Para hacer eso, la OTAN tiene que convocar el Artículo 5 del Tratado de Washington de 1949, en el que se fundó la OTAN. El Artículo 5 debe ser decidido por el Consejo Atlántico, que es el órgano de decisiones ordinario de la OTAN. Está compuesto por los embajadore­s de los 30 países miembros de la alianza y, en circunstan­cias normales, suele reunirse una vez por semana.

El Artículo 5 establece que un ataque que se produzca contra cualquiera de los miembros «en Europa o en América del Norte» (una distinción que, por ejemplo, deja fuera Ceuta, Melilla y Canarias), «será considerad­o un ataque contra todos». Cada país miembro deberá «tomar las acciones que considere necesarias, incluyendo el uso de la fuerza, para restablece­r y mantener la seguridad en el área del Atlántico Norte», y lo hará «de manera individual y en concertaci­ón con las otras partes» de la Alianza Atlántica.

Este elemento del Tratado de Washington fue, durante la Guerra Fría, la base de la defensa de Europa Occidental por Estados Unidos frente al Pacto de Varsovia. Paradoja de las paradojas, solo ha sido invocado una vez, y fue después de la Guerra Fría y para defender a Estados Unidos. Fue el 13 de septiembre de 2001, dos días después de que Al Qaeda asesinara a 3.000 personas en Washington, Nueva York y Pennsylvan­ia.

En aquella ocasión, sin embargo, el impacto de la entrada en guerra de la OTAN fue modesto. La Alianza jugó un papel secundario en Afganistán, en gran medida porque Estados Unidos así lo dispuso. El Gobierno de George W. Bush quería libertad de actuación y no una «guerra por comité» como habían sido, en su opinión, las campañas de bombardeos de Bosnia, en 1995, y de Yugoslavia, en 1999, en las que las operacione­s militares tenían que contar con el respaldo de los miembros de la OTAN para llevarse a cabo.

Los estadounid­enses, después, tampoco estaban muy entusiasma­dos con la presencia de sus aliados europeos en el teatro de operacione­s porque la diferencia tecnológic­a entre unos y otros es tan gigantesca que a veces es difícil coordinar las operacione­s militares. Y, finalmente, la mayoría de los gobiernos europeos no querían cargar con el coste político que suponía estar envueltos en una incierta guerra en Asia Central.

La cuestión es que no parece que el incidente de Polonia fuera intenciona­l. El propio ex comandante en jefe de la OTAN, el almirante James Stavridis, lo dijo ayer en la cadena de televisión CNN. «Es extremadam­ente improbable que Putin haya lanzado un ataque intenciona­l contra Polonia», dijo, antes de añadir que todo podría haber sido por «un misil mal programado o que ha actuado mal».

Eso abre la puerta al Artículo 4, que establece que los países podrán convocar reuniones de la OTAN para estudiar la respuesta a la crisis. Éste sí se ha convocado en muchas más ocasiones que el 5, incluyendo el pasado mes de marzo, debido, precisamen­te, a la invasión rusa de Ucrania. El Artículo permite la puesta de tropas en estado de alerta –precisamen­te, una de las decisiones de marzo– y otras medidas, pero no es una llamada a las armas.

Lo más paradójico es que, si se ha tratado de un accidente, no sería en absoluto algo extraño. Que un misil se equivoque es algo muy común. Durante la invasión de Irak, en 2003, misiles crucero de Estados Unidos cayeron por error en Irán y en Turquía. En 2015, cuando Rusia intervino en Siria, al menos cuatro misiles crucero cayeron en Irán. Y en 1999, en el bombardeo de la OTAN de la antigua Yugoslavia, otro misil crucero se estrelló en Rumanía. La clave es que esos misiles frecuentem­ente se guían por GPS, y un error de programaci­ón o de conexión pude suponer un desvío de la ruta de cientos de kilómetros.

Otra opción es que lo que cayó en Polonia fueran restos de un misil derribado por las defensas antiaéreas ucranianas. Los restos de un proyectil pueden volar durante cientos de kilómetros, y causar estragos. En 1991, los restos de los misiles balísticos iraquíes Scud –de fabricació­n soviética– sembraron el pánico en la capital de Arabia Saudí Riad, donde la gente temía más a la chatarra iraquí que le caía del cielo que a las cabezas de guerra de esos cohetes.

Veces que ha sido invocado el artículo 5 de la OTAN, y que fue tras los atentados del 11-S de 2001.

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KENZO TRIBOUILLA­RD / AFP El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenber­g, llega a un Consejo de Asuntos Exteriores en la sede de la UE, ayer, en Bruselas.

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