No es Podemos, es Sánchez
Pueblo sentimental y pendular, España pasó de un Gobierno presidido por Rajoy, preocupado por tener cuadrada la contabilidad pública para no disgustar a froilan Merkel, a otro en el que los intereses mundanos y personales del presidente Pedro Sánchez se entrelazan con la ideología izquierdista y la guerra cultural que aparenta abanderar Podemos. Hasta el punto de que no es posible deslindar, si se quiere entender el proyecto político del socialista, el dogmatismo radical de la podemia, a la que sentó y mantiene en el consejo de ministros, del alabado «pragmatismo» presidencial.
Una de las habilidades de Sánchez y de sus defensores es la de haber presentado el gobierno de coalición PSOE-Podemos, y la alianza Frankenstein con las diferentes tribus nacionalistas, como una circunstancia obligada por la aritmética parlamentaria y el rechazo de aquel joven chivo expiatorio llamado Albert Rivera a abrirle las puertas de Moncloa. Es decir, nunca como una elección ideológica y estratégica del agrado del presidente, ni un posible error de cálculo, sino como única alternativa entre el ser y la nada. Mal menor frente al cruel destino.
Este cuento de un líder español serio, guapo moderno y que habla al fin con cierta fluidez inglés, paladín de la nueva socialdemocracia europea que se ve empujado a regañadientes a coaligarse con la banda chavista de Pablo Iglesias e ir capeando temporales, le ha permitido a Sánchez sortear la responsabilidad y las consecuencias de las deflagraciones de las polémicas estalladas en el seno del Ejecutivo que preside. Representando ser el árbitro magnánimo entre el PSOE y Podemos, con la colaboración entusiasta de un periodismo amigo al que los dimes y diretes entre socios malavenidos no