Poder de convocatoria
Desde hace unos dos siglos al menos, Estados Unidos ha convertido la mayoríadesusexpresionessocialesyculturales –incluso las más oscuras—en un espectáculo. El fenómeno criminal no ha sido la excepción y son multitudinarios los episodios que han tenido su representación mediática, logrando su cresta más alta en los juicios de los grandes asesinos.
Acerca de Charles Manson continúa el debate de si fue un asesino masivo o uno serial. Donde existe un común acuerdo es que el carismático individuo y su Familia se apoderaron por varios meses de los medios de Estados Unidos.
Las poses de demente de Manson, sus discípulas cantando tomadas de las manos mientras caminaban hacia la sala de la corte, la importancia social de las víctimas, todo fue un brebaje que mantuvo a la audiencia americana pegada a los medios impresos y electrónicos.
Pero no sólo en Estados Unidos. En los años sesenta del siglo XX, la comunidad del Reino Unido se horrorizó con la pareja conformada por Ian Brady y Myra Hindley, quienes asesinaron a cinco menores en orgías en las que Brady violó a niños y adolescentes de ambos sexos.
Myra, además de servir de carnada para atraer a las víctimas, registró en una grabadora los gritos de dolor de uno de los menores. En una de las grabaciones la pareja puso de fondo musical El niño del tambor, la melodía asociada con la Navidad.
Tras ser detenidos y acusados de los asesinatos, Ian y Mira enfrentaron a una turba enardecida que desde las butacas de la corte los insultaba. Cuando la parte acusadora activó las grabaciones y mostró las fotografías realizadas a John Kilbride, varios de los concurrentes salieron a vomitar y a llorar a causa de la impresión.
Aun así, una multitud afuera de la sala tenía la esperanza de ingresar y atestiguar el juicio.
El juicio de Jeffrey Dahmer congregó una cantidad de gente similar a la de un concierto de rock. Todos querían ingresar a la sala. Los que no lo lograban se tomaban fotografías teniendo como fondo el edificio de la corte.
Todo era susceptible de convertirse en souvenir, incluso la acreditación enmicada de un policía fue vendida en 150 dólares. ¿A quién? A alguien que, como todos los asistentes a los juicios de los asesinos seriales, quería decir al mundo: “¡Yo estuve ahí”!
El juicio de Jeffrey Dahmer congregó una cantidad de gente similar a la de un concierto de rock