Milenio - Laberinto

El sano odio a Hegel

- JULIO HUBARD

La nueva edición de la Fenomenolo­gía del espíritu de Hegel (FCE, 2017) que revisó, corrigió, amplió y limpió Gustavo Leyva, está muy bien. Conocía la versión anterior, en traducción de W. Roces y R. Guerra, que no se entendía ni bien, ni mal, ni poco. Esta nueva edición tampoco se entiende nada. Pero es que es Hegel, que lo mismo escribía con las patas que notablemen­te bien. Las dos, y a veces al mismo tiempo. Su Filosofía del derecho (quizá el libro más perverso de la historia) está notablemen­te bien escrito; su Lógica es un deslumbran­te desastre; la Filosofía de la Historia es una fanfarria de trompetas contra la gente, pero, de entre todos los libros, la Fenomenolo­gía es el más extraño. En el mismo párrafo puede hacerse dos veces de noche sin que amanezca y, al siguiente, todo brilla sin arrojar sombras.

Tengo clavada la ingenua sospecha de que Hegel es la mente más poderosa desde Platón, y el único cerebro que pudo echar a andar el mecanismo de la Trinidad, y de que trataba de explicarla, pero los humanos normales no tenemos instalado el suficiente RAM para cargar semejante paquete de software. De ahí los ojos saltones que ostenta Hegel en sus retratos.

Lo peor: casi no hay modo de librarse de un Hegel tergiversa­do, y uno se tiene que aguantar hordas falsarias que escupen aquello de que la dialéctica es “tesis–antítesis y síntesis”. Hegel nunca usó esa terminolog­ía. Lo arduo —y en la vieja traducción, indescifra­ble— que resulta, por decirlo de algún modo, el cambio de mentalidad: dejar atrás la adecuación de los conceptos con las cosas y pensar el pensamient­o como un proceso que ya está echado a andar cuando surge la conciencia. Como cambiar las piezas de un coche mientras avanza.

Uno pasa por etapas como lector, como melómano, y se instala largamente en Shakespear­e, o en Beethoven, o así. Algunas de esas obsesiones vuelven, otras se diluyen, se olvidan o uno se las calla por vergüenza. Pero Hegel es distinto: no es una fascinació­n sino una enfermedad, un mal. Es infeccioso porque no se puede leer sin volverse uno hegeliano. Se necesita ayuda para salir. Pero como siempre me quedó aquella incomodida­d de la pobre traducción castellana de la Fenomenolo­gía, y Luis Xavier López Farjeat hizo un enfático elogio de esta nueva, la compré. Un trabajo estupendo, cuidadoso, inteligent­e. Y con enojo comienzo a advertir los síntomas de aquel contagio de hace años, pero en virus de nueva cepa, mutado. Así de bueno es el trabajo que Gustavo Leyva cometió contra nosotros.

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