De México para Francia
Apesar de que el cine mexicano ha avanzado mucho, No se aceptan devoluciones de Derbez sigue atrapada en los tiempos en que toda la trama recae en las gracejadas de un actor. Ahora el más fiero competidor de Hollywood, el cine francés, ha decidido tratar de conquistar Europa con un remake de esa película. Dos son familia está basada en No se aceptan devoluciones y en la comparación uno aprehende algunas circunstancias de nuestro cine.
Hace treinta años no solo producíamos historias miserables; la fotografía era tan mala que cuando trataba de ser sublime terminaba por ser cursi. El sonido era peor. No había película mexicana que pudiera escucharse. Hoy, al menos desde el punto de vista técnico, nuestro cine goza de buena calidad. Falta dar el paso siguiente; un salto que si bien algunos mexicanos han dado en Estados Unidos (Cuarón, Del Toro y González Iñárritu, por ejemplo) sigue faltando en la industria local, el salto en el guión, en la inteligencia para narrar. El problema con No se aceptan devoluciones estriba en la necesidad de regodearse no en la pobreza sino en la miseria, en el chiste de heces: un hombre cambia a un bebé sobre la mesa en que otros comen y se supone que tiene que hacernos gracia.
Dos son familia demuestra que la idea de Derbez era buena; lo único que había que hacer era pulir el guión para tener, si no una obra maestra, sí una buena comedia romántica. Siete guionistas arreglaron el guión original de Derbez. Para comenzar, compactaron el largo prólogo en que veíamos a un niño maltratado para llegar a lo que originalmente necesitaba la historia: establecer que el protagonista crecerá en valentía. Sacaron, por supuesto, el chiste en que un perro orina al protagonista y en lugar de presentar la Bahía de Acapulco en su aspecto más miserable, los franceses lucen grandiosa su Costa Azul. Tal vez en ello está la diferencia: en la imagen que una y otra naciones ofrecen de sí mismas. Mientras no se entienda que, además de fotógrafos y sonidistas, el cine, para ser industria, necesita de guionistas profesionales, seguiremos viendo películas basadas por completo en la supuesta simpatía de un actor que espera que nos riamos porque aflauta la voz y espeta cada dos por tres un albur.