ENTREVISTA A EDUARDO SUBIRATS
El muralismo mexicano: mito y esclarecimiento defiende la idea de que este movimiento artístico respondió a una realidad nacional, social e individual cruzada por revoluciones, crisis, guerras y desastres sin par. Rivera, Orozco y Siqueiros continúan siendo un referente ideológico
La primerísima afirmación del libro establece que la historia de la música, la literatura y las artes visuales latinoamericanas todavía está por escribirse. La historia artística de esa región, tan vasta y poco explorada, de gran intensidad intelectual, escasea de los análisis críticos que requeriría. No se conoce cabalmente su significado autónomo y a la vez estético, civilizatorio y político, su unidad histórica y geopolítica. Este es el escenario de la colonización, la ruptura de los vínculos y la memoria que ha sido una acción constante desde la conquista española. Cambian los amos, se modernizan las maneras, pero sigue la opresión.
La continuidad de políticas coloniales bajo otras nomenclaturas jurídicas o mediáticas se traduce necesariamente en la negación de la propia memoria y en su suplantación por iconos sin referentes. Ayer se liquidó a Coatlicue y se suplantó por Guadalupe. Con ellas se reemplazó una concepción no dual de la vida y la muerte, por el dualismo cristiano. Hoy se ignora la memoria de los hitos más intensos, espiritualmente, del pasado intelectual y artístico para legitimar la vulgaridad, la impostura y la falsedad del espectáculo global.
Hablas de arte y revolución. Ese doble enunciado, más que un arcaísmo o una fantología, me parece una apocatástasis, una provocación conceptual y el regreso de algo que, aun invisibilizado, sigue presente en otra epistemología, en otra narrativa de lo real humano. Su resurgimiento contiene dos cosas, en mi opinión: una reiteración del sentido de aquello culturalmente evaporado, y a la vez un anuncio de término, de final de época, de conclusión civilizacional. ¿Es correcto considerarlo así?
El concepto de revolución ha desaparecido de nuestro lenguaje bajo el chantaje, contra toda la humanidad, que implica la destrucción nuclear mundial y las guerras locales que se amparan bajo su paraguas. Sin embargo, en este libro utilizo la palabra “revolución” como concepto histórico que movió pasiones humanas y triunfó por segundos sobre poderes políticos ostensiblemente corruptos. Pero no trato sobre su significado en el día de hoy. Este es un problema diferente.
Entre las abundantes demarcaciones e ideas de este libro tan distinto a la doxa predominante, a la opinión recibida desde los centros de poder, al pensamiento que nos piensa mediante ideologías y controles hegemónicos, denominas “paquetes teóricos de uniformización compulsiva” y “nuevo colonialismo semiótico” a la mediatización intelectual estadunidense y europea surgida a partir de 1945 y extendida como una plaga de reducción lingüística a todo el planeta. Multiplicar las epistemologías, no reducirlas, es un acto de resistencia humana.
¡Sí, multiplicar las epistemes, romper las departa-mentalizaciones del conocimiento, fortalecer la libertad interior de criticar y burlar la propaganda académica, mediática, política o comercial! ¡Sí, hacer que florezca la imaginación humana! ¡Más allá de estas redes electrónicas llamadas sociales que nos encadenan a la ignorancia!
Última escena del exterminio de las memorias culturales de América Latina, que se inicia con aquel “holocausto sistemático” de los códices mesoamericanos, hasta la censura posmoderna de todo lo que no asuma aquellas “gramáticas preestablecidas del arte abstracto y sus derivaciones” que refieres. Antes de seguir, quiero preguntarte si el desarrollo de este nihilismo posmoderno que despoja al arte de su función esclarecedora, cognitiva y espiritual, de su contenido de verdad, es un resultado fatal del espíritu hegeliano de la historia, o bien, desde sus postulados reduccionistas, tan mal definidos y tan poco convincentes, este nihilismo tiene mucho de operación intencional, y habría en él una teoría de la causalidad. ¿Signo de la época o instrumentación?
Se puede hablar de los efectos de ese fantasma hegeliano, el “Espíritu de la Historia”, es decir: cristianismo más capitalismo = la aniquilación de la memoria como condición de la perpetuación indefinida de un sistema corrupto de dominación. Pero de acuerdo con la concepción no dualista que representan la diosa mexicana Coatlicue, el tantrismo o el taoísmo, este espíritu negativo no existe sin su contrario. Se lo puede llamar resistencia, o simplemente la poesía que nunca morirá.
Mito y esclarecimiento observa que las obras artísticas y literarias latinoamericanas han sido sometidas a “categorías uniformes de ficción y entretenimiento” y que así han sido privadas “de cualquier dimensión lírica y reflexiva sobre una realidad nacional, social e individual cruzada por revoluciones, crisis, guerras y desastres sin par”. La trágica historia de Latinoamérica y el evitamiento por sus élites y colonizadores de una perspectiva crítica propia y esclarecedora.
Siempre tenemos ese último horizonte: ¡el sistema! Pero en la vida cotidiana chocamos simplemente con la ignorancia de los guardagujas del saber, esos que lo saben todo, que se estilizan como jueces supremos, y dictaminan quién puede pasar y quién no.
Hablamos entonces de arte y política, horizontes cuya naturaleza y función los obligaría a estar siempre reunidos, como ha intentado hacer el mejor y el más a contracorriente del arte latinoamericano que tu obra analiza, con el muralismo mexicano de la trinidad pictórica compuesta por Rivera, Orozco y Siqueiros en primer lugar.
No es arte más política. Es mucho más que eso. Chapingo, de Rivera, entraña toda una cosmología nueva que comparte mitos griegos, cristianos y aztecas. Orozco era un artista apolítico o antipolítico. Más bien, expuso una visión de la civilización global. Y Siqueiros construyó una filosofía tridimensional, multicolor y dinámica de la historia humana. Nada de todo eso es “arte y política”. La propaganda anticomunista de los Paz y Tamayo, o la simple ignorancia, no ha visto más que esta ridícula ecuación arte = política. El arte solo existe fuera de la dialéctica del poder. Todo lo demás es propaganda o design.
Entre quienes han coincidido —iba a decir conspirado— para demeritar, aislar y al final destruir movimientos política y culturalmente transformadores como el muralismo, quedan anotados críticos ilustres como Octavio Paz, hábilmente acomodado a las corrientes intelectuales dictadas por el imperio, o pintores tan reconocidos y bien vendidos pero ignorantes como Rufino Tamayo, al acusar al muralismo de ser solamente un espasmo nacionalista, trasnochado, antimoderno y bolchevique, hipócritamente entregado a intereses estatales. Para ti, en cambio, la obra de Rivera, Orozco y Siqueiros representa una poderosa forma plástica, expresiva y esclarecedora, que recupera y reintroduce el mito primordial mesoamericano junto con resonancias e intertextualidades auténticas de otras cosmovisiones.
Esta es una de las razones por las que no solo en México, sino en América Latina, la historia del arte y la cultura tiene que reescribirse. Todavía vivimos bajo las censuras y tergiversaciones impuestas por los voceros de la Guerra Fría localmente elevados a autoridades absolutas. Paz, un ensayista mediocre, y un poeta más dudoso todavía, es solo un caso. Tamayo un ejemplo grotesco. Pero hoy el problema no reside en ellos, sino en una somnolienta burocracia académica y editorial que todavía invoca la autoridad absoluta de esos fantasmas. La situación es grave a pesar de que nos hemos acostumbrado a la ignorancia y la impostura en la política lo mismo que en la cultura. ¿Quién habla de Blanco White, el único intelectual español que asumió una postura coherente frente al nacionalismo eclesiástico contra los franceses y frente a los movimientos “separatistas” de las naciones latinoamericanas? ¿Quién habla de Simón Rodríguez, el único pensador esclarecido de Hispanoamérica y con una obra notable? ¿Quién es capaz de reflexionar sobre las dimensiones históricas de una obra como Yo el supremo de Roa Bastos? ¿Quién menciona La ciudad letrada de Ángel Rama? ¿Quién habla de la vasta obra de Mariátegui y Arguedas en México? A eso me refiero cuando hablo de la necesidad de revisar la historia intelectual de América Latina y de México. De todos modos, soy consciente de estar clamando en el desierto. Intelectualmente hablando, América Latina se encuentra en estado durmiente (y Europa es una arrogante ausencia).
Hablas contra la imposición del principio de abstracción y empleas categorías como espíritu, metafísica, expresionismo, para describir la condición de un arte conectado a las raíces culturales profundas y proyectado a un futuro de no lingüísticas monocordes ni valores comerciales determinados por la sociedad del espectáculo. Aquellos son términos desterrados por todo tipo de positivismos. ¿Comienzan a ser, de nueva cuenta, parte de una lógica panorámica, aunque todavía incipiente, para reparar mediante el discurso crítico los miserables fragmentos hermenéuticos de la posmodernidad?
La crítica artística y la teoría estética estadunidense sigue anclada al prejuicio número uno del arte moderno: el concepto trivial de abstracción instaurado por el Museo de Arte Moderno y por su primer director, Barr, un genial político de las artes y el crítico más mediocre del siglo XX. Por ejemplo, clasificar a Paul Klee como arte abstracto y geométrico es una típica aberración. Paul Klee es un pintor metafísico. Y otras muchas monstruosidades, comenzando por la tergiversación de las declaraciones de Picasso sobre arte. El efecto de esta trivialidad es la manipulación institucional masiva del arte moderno. Y el MoMA es la institución matriz de esa manipulación. No en último lugar con respecto al propio muralismo mexicano.
Ese “no lugar” citado por ti que el movimiento antropofágico brasileño le significó a la “escolástica” del periodo de la Guerra Fría dictada desde el Museo de Arte Moderno de Nueva York y los centros académicos gringos, es equivalente al “no lugar” que también otorgó al muralismo mexicano en su verdadera y múltiple dimensión. El aislamiento moderno de la obra de arte, encerrada en su estética como una hueca complacencia sensorial, el aislamiento de su origen y función ancestrales en las sociedades humanas, el aislamiento de su papel ritual, catártico y mitológico, guarda resonancias, según señalas, con otros momentos cristianos históricos de disociación cartesiana ya ocurridos en el pasado. ¿Debemos remontarnos a la teología cristiana y su rechazo del cuerpo, de la condición orgánica de lo existente, para situar ese punto catástrofe de la fragmentación de la experiencia y de los significados humanos hasta llegar a la cosificada e inhumana inanidad actual? ¿Al futurismo apostólico de San Pablo para decir: aquí comenzó?
Sí, creo que sí. El concepto aberrantemente estúpido de abstracción que Barr manejó en el catálogo de su primera exposición en el MoMA, Cubism and Abstract Art, conduce directamente a la muerte del arte, al post–art y a los post–post. Eso precisamente lo previeron y lo hicieron explícito Rivera y Siqueiros al regresar de su experiencia europea. De todas maneras, no todos los males nacen en el MoMA. La frase más coreada de Adorno ha sido su declaración “después de Auschwitz escribir una poesía es barbarie”. No Auschwitz, no las guerras que le han precedido y le han sucedido son barbarie, sino la poesía. Esta arrogancia es huera, en primer lugar, porque Auschwitz no es ni la primera ni la última máquina genocida que ha existido en la historia de la humanidad. Los mexicanos quizá recuerden el genocidio español de millones de “indios” en América, uno de los más extensos e intensos en la historia humana. Pero además sucede exactamente todo lo contrario a lo que supuso Adorno. El compositor Shostakovich decía, a propósito de su VII Sinfonía, que conmemora al millón de muertos que sacrificó el asedio militar germánico durante tres años de Leningrado, y los 30 millones de rusos que sacrificó la ocupación militar germánica de la Unión Soviética: “El arte rompe el silencio”. Por eso se censura el muralismo en México bajo la propaganda de que es totalitario, nacionalista, machista y propagandista, porque rompió el silencio de cuatro siglos de poder colonial.
Los muralistas logran hacer, desde tu perspectiva, la recirculación del mito al mostrar el sentido visual y público que representa, logran la multiplicación de los lenguajes pictóricos, la reivindicación de otra cromática, otra paleta, otro modo de representar distinto al academicismo frígido o al arte abstracto entendido como no arte e impuesto por los centros de poder. Describes a Diego Rivera como cronista de la historia nacional, narrador de la Revolución y del industrialismo norteamericano, de los fascismos, militarismos y genocidios industriales del siglo. Orozco es un visionario que plasma, dices, la profecía negativa de la civilización industrial mediante los mitos fundamentales de Quetzalcóatl, Prometeo y Cristo. Es quien define la pintura como visión profética del tiempo histórico. Siqueiros, el futurista o adelantado, también reintroductor del mito, compondrá “imborrables iconos de la violencia que ha recorrido la expansión de la civilización industrial”, romperá las formas bidimensionales de la representación pictórica e influirá en artistas norteamericanos como Pollock al crear la técnica del “accidente controlado”.
La palabra mito, que etimológicamente significa palabra e históricamente comparte un origen común con el significante logos, ha sido infectada por el cristianismo. Uno de sus fundadores, Orígenes, dictaba: los dioses griegos son mitos, pero Jesús elevado a mesías y dios, eso no es mito. Es la pura verdad. Hoy todavía hablar de mito y literatura, mito y arte, y mito y psicología humana es polémico en los más distinguidos medios académicos. En los medios católicos es anatema. Esta ignorancia de la memoria mitológica, que en las comunidades mexicanas es asombrosa porque los dioses más antiguos todavía están vivos, es un problema institucional creado por la iglesia católica y sus teólogos o misioneros de la liberación. Su efecto es un empobrecimiento cultural masivo. Y el triunfo absoluto de los stars e iconos del espectáculo: Trump, el Papa o Coca Cola.