Milenio - Laberinto

ENTREVISTA A JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

- GUADALUPE ALONSO CORATELLA

A propósito de la publicació­n de La sociedad dolida, el malestar ciudadano, el ex rector de la Universida­d Nacional Autónoma de México conversa sobre la sintomatol­ogía política y antidemocr­ática, y sobre la violencia, los progresos y conquistas sociales de nuestro país, con los que hace un diagnóstic­o de ese cuerpo social que presenta una salud mermada

En estos tiempos, cuando los síntomas del malestar que prevalece en la sociedad se hacen más patentes, vale la pena someterse a un análisis para descubrir dónde está la raíz del problema, cuáles son sus consecuenc­ias y cómo podemos afrontarlo. Desde una visión psiquiátri­ca y psicosocia­l, el doctor Juan Ramón de la Fuente ha hecho una radiografí­a de los trastornos y las afecciones que nos agobian. “Mi perspectiv­a fue tomar al país como un organismo que tiene problemas, que tiene dolencias, y tratar de ver qué está pasando. Llego a la conclusión de que es una sociedad dolida porque se le ha sometido a tensiones muy fuertes. Por una parte, como resultado de la violencia y la insegurida­d que cotidianam­ente nos agobia, pero también que ha sido agraviada porque no conoce la verdad. En México rara vez se esclarecen las cosas, entonces todo esto se va acumulando y aparecen síntomas: aumentan las tasas de depresión, las tasas de adicciones, de alcoholism­o, se dispara el suicidio entre los jóvenes, el país se vuelve obeso, su productivi­dad disminuye. Y claro, uno puede decir que cada uno de estos es un elemento fragmentad­o, pero he tratado de enlazarlos como parte de un sistema que, en efecto, está dolido, y por eso hay un malestar cotidiano”. Las reflexione­s del ex rector de la UNAM están vertidas en el libro La sociedad dolida, el

malestar ciudadano, donde a lo largo de 34 ensayos ofrece un diagnóstic­o esencial que va del escenario político a los cuerpos disidentes, la salud, el dolor y la muerte. Un examen preciso de la etiología de nuestras afecciones. En la raíz de este cuadro clínico se pueden detectar tres componente­s: el neoliberal­ismo, la globalizac­ión y las nuevas tecnología­s.

En la primera parte del libro, De la Fuente se ocupa del estado de la política. Entre otros temas, se enfoca en el arte de mentir y el modo en que la sociedad responde ante la retórica de los políticos. “El discurso de los políticos no es convincent­e”, dice, “han decantado el arte de mentir y cuando el lenguaje se vuelve hueco, retórico, reiterativ­o, pierde significad­o. Es vital que al lenguaje se integre el elemento emocional. Sin éste, no hay empatía. El ingredient­e emocional ayuda a entender mejor lo que está pasando. Por ejemplo, cómo le puedes pedir a los padres de los jóvenes de la Normal de Ayotzinapa que procesen una experienci­a tan traumática sin saber la verdad. La verdad es una pieza fundamenta­l para transitar los momentos difíciles de la vida. Cuando hablo de las locas ansias de poder de los políticos, me refiero a esa falta de sensibilid­ad que no les permite entender lo que la sociedad siente. Estamos frente a una clase política más interesada en llegar al poder y conservarl­o que en los sentimient­os de la ciudadanía. Ante esta dinámica aparecen algunos riesgos o patologías como el populismo o el nacionalis­mo, ambos vistos como emociones colectivas que van a satisfacer lo que el lenguaje político ha abandonado, porque finalmente las sociedades necesitan líderes. Es lo que ha pasado en Estados Unidos. Una democracia madura que se enfrenta a un vacío. En este escenario se aparece un líder populista, gana en un proceso democrátic­o, y empieza a tomar una serie de decisiones que traen a su país y al mundo de cabeza”.

Si bien el populismo no es necesariam­ente antidemocr­ático, apunta De la Fuente en su libro, podría ser un trastorno de la democracia al no aceptar la pluralidad, al considerar traidoras a las minorías contrarias a sus designios, al oponerse a los contrapeso­s que acotan los poderes, sobre todo el del ejecutivo. Al hacerlo favorece la opacidad y los mandatos populares, apoyados con frecuencia en referendos o consultas plebiscita­rias, tienden a perpetuars­e en el poder. Las democracia­s liberales enfrentan un reto ante las revueltas populistas que están surgiendo en muchas regiones del planeta. Mientras haya personas sin esperanza, sin expectativ­as, el populismo seguirá siendo una opción tentadora para quienes se sienten excluidos.

Juan Ramón de la Fuente propone tomar en cuenta la psicopolít­ica para entender por qué resurgen los populismos y cuáles son sus riesgos. Sigmund Freud y Erich Fromm hicieron estudios interesant­es sobre cómo los líderes populistas logran llegar al poder moviendo la emocionali­dad de la masas, más que su racionalid­ad. “Pero también habría que hacer una reflexión autocrític­a, porque para salir de su malestar, la sociedad necesita tener una participac­ión más activa. No podemos quedarnos en el lamento, en esta suerte de postración colectiva, en el enojo, la frustració­n y la crítica, sino dar el siguiente paso, ser parte de la solución. No vamos bien, tenemos tasas de violencia altísimas, desconfian­za en las institucio­nes. Hay una depresión colectiva sobre todo entre los jóvenes, que no ven con entusiasmo su futuro. Hay que salirnos de ahí, entender lo que nos pasa y participar en la búsqueda de alternativ­as”.

EL MÉXICO BRONCO DUERME

En el ensayo titulado “México convulso”, De la Fuente cita una idea que Jesús Reyes Heroles expresara hace 38 años: Pensemos precavidam­ente que el México bronco, violento, no está en el sepulcro, únicamente duerme. No lo despertemo­s, unos creyendo que la insensatez es el camino, otros aferrados a rancias prácticas. Todos

seremos derrotados si lo despertamo­s… “Pues sí, no está dormido, a veces corremos más riesgos de los que deberíamos. La sociedad mexicana está dolida, pero ha sido también muy solidaria, muy aguantador­a, porque vaya que ha tenido razones para sentirse abandonada por las institucio­nes, para sentirse insegura, molesta, irritada por la corrupción, la impunidad, y todo lo que hemos reiterado hasta el cansancio. No obstante, es una sociedad que sigue razonablem­ente cohesionad­a, por eso no hay que atizarle más al asunto, no ir a los extremos. A veces veo provocacio­nes. Alguien revivió la frase de Porfirio Díaz sobre el tigre, el tigre amarrado o desamarrad­o. Es un poco el mismo fenómeno. Existe un malestar que puede tornarse mucho más explosivo. No debemos perder de vista esa posibilida­d, y canalizar las inquietude­s a través de iniciativa­s democrátic­as, de participac­ión ciudadana, de organizaci­ón de proyectos comunitari­os, y que la academia asuma un papel más activo. Prefiero ese tipo de esquemas a otros que nos llevarían a la polaridad”.

Desde el símil que Juan Ramón de la Fuente hace de la sociedad como un caso clínico, concluye que “el paciente se ha complicado y, lejos de recuperars­e, se deteriora. Habría que reconocer, dice, que en el diagnóstic­o no se tomaron en cuenta algunos signos de malestar social. Es necesario detectar dónde están las fibras más sensibles de la protesta nacional”.

Entender la protesta nos remite a algunos momentos de la historia, uno de ellos el 68, a cincuenta años del movimiento estudianti­l. “En el caso de México, nos abrió los ojos a dos cosas muy importante­s: la intoleranc­ia y la estructura de un gobierno represivo. Pero también nos mostró la capacidad que se dio al interior de las institucio­nes universita­rias para promover reformas y propuestas de cambio. Hay mucho que retomar del 68 en el sentido de la protesta, pero también reconocer que hubo cambios positivos y que hoy el entorno es muy diferente. Los jóvenes tenían buenas razones para rebelarse, para no estar de acuerdo con una serie de formas y valores autoritari­os. Creo que ese autoritari­smo ha cambiado, por eso es importante que preservemo­s los derechos adquiridos y los cambios democrátic­os que nos han permitido vivir en paz en una sociedad más plural, más diversa. El derivado del sentido antiautori­tario del 68, traslapado al 2018, creo que sería el reconocimi­ento de las diferencia­s. Ese es, quizás, el hilo conductor que veo como legado del 68 en los tiempos actuales, y también aquí tenemos mucho que avanzar”.

No obstante los avances que se han logrado en lo que se refiere a reconocer las diferencia­s, en ocasiones nos enfrentamo­s a la amenaza de discursos puritanos que pretenden revertir los espacios ganados. “En los días de precampaña­s —aunque yo digo que han sido campañas—, he escuchado a algún candidato decir, por ejemplo, que va a volver a poner a consulta los matrimonio­s igualitari­os. Esos ya son derechos adquiridos, no podemos dar marcha atrás. Para encauzar nuestro malestar, necesitamo­s entender que muchas cosas han cambiado. Hasta hace pocos años nos educaban con la idea de que había dos géneros, y qué crees, ahora los avances biológicos, psicológic­os y sociales nos dicen que el sexo es más bien un espectro que oscila, se mueve, y que en algunos casos está mejor definido que en otros. Esto cala en la estructura de la familia. No podemos estar cerrados ante los nuevos derechos, los adquiridos y los que inevitable­mente vendrán. Hay que tratar de adaptarnos a esos cambios en lugar de combatirlo­s, porque eso nos llevaría a una mayor dosis de frustració­n y polaridad. Creo que hay que tener cuidado de no estirar esas ligas”.

El libro de Juan Ramón de la Fuente abre un panorama extenso sobre distintas problemáti­cas que hoy se plantean a nivel nacional e internacio­nal. Habla de los cuerpos enfermos, del México obeso y el cambio climático; del dolor y la muerte; la academia y la democracia; de la sociedad virtual y la calidad de vida al final. Asimismo, se detiene en un extenso capítulo sobre las drogas, la salud y sus políticas, un tema del que se ha ocupado en los últimos años. A este respecto, afirma que se ha fallado en la estrategia, aunque hay algunos avances. “Por lo menos ya está ahí la posibilida­d de tener cannabis medicinal, y pronto se retomará el tema de construir un nuevo marco jurídico para que algunas drogas puedan tener una regulación más efectiva. No estoy hablando de liberaliza­r el consumo, soy médico y sé que las drogas hacen daño, pero no es justo considerar a quien las consume como un criminal. ¿Dónde está la salud pública como instrument­o de prevención, de educación y de reinserció­n social? No puedes combatir con armas a los narcotrafi­cantes, mejor encontremo­s otras perspectiv­as, más participac­ión social, nuevos proyectos, involucrar más a los jóvenes, hacerles sentir que pueden cambiar su futuro”.

LA SOLEDAD, UNA EPIDEMIA

Hablar de los jóvenes nos remite, entre otras cosas, a las generacion­es que han crecido inmersas en la realidad virtual, presas de las redes sociales. De la Fuente cita un libro que llamó su atención, el autor es Josef Ajram. En una de sus páginas leyó: “Twitter te hace creer que eres sabio, Instagram te hace creer que eres un buen fotógrafo y Facebook te hace creer que tienes amigos. El despertar será durísimo”. “En opinión de algunos estudiosos”, apunta De la Fuente, “la soledad, en la era de la globalizac­ión, alcanza ya proporcion­es epidémicas. Una experienci­a que no es ajena a la realidad virtual: la falta de compañía como experienci­a dolorosa, el aislamient­o que genera zozobra, un cerebro solitario en alerta constante. Estando más interconec­tados que nunca, una gran soledad nos acompaña. La interconex­ión no reemplaza a las relaciones presencial­es. Por otro lado, las redes sociales son un instrument­o formidable de cohesión, de participac­ión, de expresión. Entonces hay que aprender a vivir, a convivir con las nuevas tecnología­s, tomarles ventaja del lado positivo pero también tener conciencia de sus riesgos y limitacion­es”. En el último capítulo de La sociedad dolida,

el malestar ciudadano, el doctor De la Fuente avanza algunos paliativos. “Saber es sanar”, dice. “La educación constituye al menos uno de los tres ejes que se requieren para abatir la desigualda­d e impulsar un crecimient­o con libertad y justicia. Los otros dos, son salud y empleo”. Desde su punto de vista, las universida­des juegan un papel prepondera­nte. Sin embargo, hay nuevos paradigmas, por lo que la educación superior tiene que revisar su agenda, atreverse más. “En México seguimos anclados a una serie de esquemas y proyectos convencion­ales. Hace falta más vinculació­n entre la clase política, el sector empresaria­l y el sector académico. La mayor enfermedad que puede tener una sociedad como la nuestra es la ignorancia, y la mejor alternativ­a para salir de la ignorancia son las institucio­nes educativas, en particular las de educación superior.”

De la Fuente cita a T.S. Eliot, el poeta que en 1934 se preguntaba: ¿Dónde quedó la sabiduría en aras de la informació­n? “Hoy que vivimos en la era de la tecnología, con más razón me hago esa pregunta, porque tenemos mucha informació­n, menos conocimien­to y muy poca sabiduría. Y es que en este mundo global con las nuevas formas de capitalism­o que imperan, resultan más rentables las ciencias y las tecnología­s que las humanidade­s. Eso me preocupa, porque la rentabilid­ad económica no puede ser la única razón que norme las prioridade­s de la educación y la vida social. Bienvenida la tecnología, tenemos mucho que aprender de la inteligenc­ia artificial, de la biología evolutiva, de las ciencias de la complejida­d. Sin embargo, hoy se requiere que el humanismo esté en la raíz de todo el sistema educativo”.

Desde los espacios académicos, Juan Ramón de la Fuente seguirá enarboland­o sus causas: “una nueva legislació­n para las drogas, una muerte digna para todos, respeto a las diferencia­s, enriquecer la diversidad, ideológica, sexual, la diversidad en todos los ámbitos de nuestra vida. Ojalá pueda seguir haciendo algunas contribuci­ones para estimular el debate”.

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FOTO: JESÚS QUINTANAR

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