UNA PILA DE IMÁGENES ROTAS
¿Es posible acercarse en nuestros días, como aspira el editor Víctor Manuel Mendiola, a la obra maestra de T. S. Eliot La tierra baldía (Elementia/ El Tucán de Virginia, México, 2017) “con una vista espontánea, desnuda, sin miedo, como la miraron los primeros lectores”? ¿Es posible afrontar el reto de traducirla “como si fuera la primera vez”, como pretende el traductor Gabriel Bernal Granados? Me parece que la respuesta es negativa, pero lo que sí hacen los diversos textos que acompañan a esta edición es permitirnos seguir la manera en que las primeras visiones y las más recientes fueron enriqueciéndola.
Integrada por dos volúmenes, el primero puede considerarse un libro–objeto en el cual el poema, en su versión en inglés, está acompañado por ilustraciones de Emiliano Gironella Parra; el segundo reúne, en este orden, un estudio introductorio del mismo Mendiola; las traducciones y notas de Bernal Granados y de Enrique Munguía Jr. (una versión en prosa, la primera aparecida en México, publicada en Contemporáneos con el rulfiano título, observa Mendiola, de El páramo); las primeras críticas a cargo de Virginia Woolf, Conrad Aiken y una nota anónima aparecida en el Times Literary Supplement; y tres ensayos a cargo de Guillermo Fadanelli, Armando González Torres y Edward Hirsch.
Es ilustrativo el modo en que ha sido estudiado el fragmentarismo de La tierra baldía, su rasgo más conocido. Resulta curioso que Virginia Woolf y el Times
Literary Supplement lo despacharan rápidamente sin considerarlo un problema (con todo y el desconcierto que provocó en la autora de Las olas). Quien se detiene con amplitud es Conrad Aiken en su meditado ensayo. Aiken arremete contra el fragmentarismo y el aparato de citas. Pero cuando parecía que rechazaría el poema, termina concluyendo que “resulta exitoso —de modo brillante— en virtud de su incoherencia, no de su plan; en virtud de sus ambigüedades, no de sus explicaciones”.
La tierra baldía ilumina la relación de la épica menor con la mayor. Su génesis fue la desastrosa circunstancia familiar que vivía Eliot y que terminó llevándolo al hospital psiquiátrico. Para Edward Hirsch, representó la “desintegración psíquica de un yo”, lo que es incorrecto. Más que el reflejo de la desintegración, el poema presenta su reconstrucción. Es aquí donde la circunstancia personal de Eliot se liga con lo que estaba sucediendo en el mundo. La Primera Guerra Mundial fue el trasfondo histórico, pero no es la destrucción y la violencia lo que expone Eliot, sino la reconstrucción una vez que acabó el conflicto. Armando González Torres lo ve con exactitud: el poema trata más bien “sobre la decadencia y el renacimiento, sobre el mal y la redención, sobre la realidad y la irrealidad”. Al ubicar que estamos más en una zona de transición, entendemos que el fragmentarismo era la estructura ideal para el poema. La reconstrucción personal y del mundo solo puede hacerse por partes.
Si esta nueva edición de La tierra baldía es importante, como cierra su texto González Torres, se debe a que su “poderosa polisemia exige la actualización periódica de su significado”.