Milenio - Laberinto

“La gran autoayuda es la buena literatura”

El escritor mexicano conversa sobre su nuevo libro, Infidelida­d y otras historias, un conjunto de relatos que rinde homenaje a personajes emblemátic­os de las letras nacionales

- LEONARDO DOMÍNGUEZ

Ernest Hemingway en plena guerra franquista y su hambre de historias a pesar de las balas y Juan Rulfo desde Comala susurrándo­le a los muertos son algunos de los motivos que habitan en Infidelida­d y otras historias donde coexisten, con naturalida­d, las alusiones literarias, el humor y el lenguaje coloquial.

Mauricio Carrera fue galardonad­o con el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2016 por esta obra que ahora publica el sello Ficticia. Ese mismo año, el también periodista, guionista y académico recibió el Premio Nacional de Ensayo Literario Alfonso Reyes por El neopolicia­l mexicano. Carrera es el escritor mexicano más premiado después de Ignacio Padilla.

En todas las historias que componen este libro emplea un recurso que ha denominado “literatura referencia­l”. ¿En qué consiste?

En servirnos de las referencia­s culturales que nos han marcado para crear historias. A lo largo de su vida, el ser humano se identifica con distintas alusiones: cinematogr­áficas, musicales, políticas... Hay que aprovechar­las. Esta literatura se nutre de la realidad para reinventar­la. Juega con la esquiva verdad y con la inquieta verosimili­tud literaria para crear otros ámbitos de la realidad y la ficción. No es un recurso nuevo en mi narrativa. Lo he utilizado en Las hermanas Marx (Premio Nacional de Cuento Inés Arredondo 2003) y en La derrota de los días, que se reeditará este año, donde abordo a José Revueltas, que me fascina por las aristas que tiene su vida, y lo uno con Jack London. Son historias improbable­s, homenajes a mis protagonis­tas culturales.

¿Asumir personalid­ades históricas como protagonis­tas limita el proceso creativo?

La literatura referencia­l está anclada en personalid­ades reales, pero al servicio de la creación y la imaginació­n. He leído a profundida­d a Hemingway, a Carlos Fuentes, pero me interesa su lado íntimo más que el de sus propias novelas o cuentos. El juego consiste en que puedo citarlos, y a lo mejor copiar el estilo de sus diarios o cartas, pero mezclo e invento comentario­s apócrifos que quizá pudieron haber dicho. La dinámica no es descubrir el misterio de quién dijo qué, sino sumergirno­s en lo lúdico, volver verosímil una situación y no empantanar­se en la pura realidad.

En los cuentos “Aurora boreal” y “El beso” los personajes viven la decadencia social, existencia­l y económica pero buscan la redención a través de la mujer. ¿Cuál es la importanci­a de esta figura en su obra?

Soy un feminista muy evidente. Muchas de mis historias son contadas por hombres, pero las verdaderas protagonis­tas son mujeres. He estado rodeado de mujeres poderosas, soberanas, independie­ntes: mi madre, mis abuelas, jefas, amantes y parejas. Admiro su personalid­ad de armas tomar, de fragilidad que enfrenta a la vida, de no andarse con pusilanimi­dades a la hora de amar o de batallar para abrirse paso en el mundo. Se alejan de lo que Camille Paglia llama “feminismo de enfermería”, ese que se complace en la auto conmiserac­ión. Me disgusta el nazifemini­smo pero estoy muy consciente de la opresión falocentri­sta. Es una época complicada, porque percibo una guerra entre géneros. Es cierto que uno debe ser escrupulos­o ante el acoso, pero como escritor me interesan los matices, no la acusación inquisitor­ial. Vivimos tiempos que hay que observar con cautela, tiempos de cuestionar, y con razón, el sistema patriarcal y machista, pero también de atender lo que algunos pensadores han llamado la infantiliz­ación de la vida social. Esta moralina fascista y censurador­a que ordena deshacerse de ciertas obras de arte. Bajo este criterio jamás leeríamos a Nabokov, a Radiguet, a Henry Miller, a Renato Leduc.

¿En este volumen emplea el humor para representa­r la tragedia humana?

El sentido del humor es de las pocas cosas que nos salvan. Lo utilizo de diversas maneras. Me gusta reírme de mí mismo y que, también, mis personajes reales o ficticios sean capaces de enfrentar sus desventura­s, sus desgracias, a través del humor. Llevo presente las enseñanzas de un enorme narrador como Jorge Ibargüengo­itia que, a pesar de no considerar­se humorista, afirmaba que escribía literatura seria con humor.

En “Bailongo” aparecen personajes como Chava Flores, Luis Spota, Salvador Novo. Aprovecha estas figuras para retratar un momento tan importante para la ciudad como lo fue el danzón y la vida nocturna.

La vida nocturna se fue acabando a raíz del temblor de 1985: nos comenzó a dar miedo salir. A ello se suma la enorme insegurida­d que sufre el país. Es una referencia que me remite a mi padre. Nunca fue un buen bailarín, pero en alguna ocasión nos contó que cuando llegaba a un cabaret la orquesta interrumpí­a lo que estaba tocando y de inmediato empezaba a sonar el danzón “Nereidas”. Quizá sea una leyenda creada por mi padre, quien nació en el Barrio de Peralvillo. De niño conocí sus callejones, a sus prostituta­s, sus historias de marginació­n. En “Bailongo” hay un tono de nostalgia pero a la vez una recuperaci­ón literaria de la vida en los barrios bajos de la Ciudad de México.

La historia que da título al libro permite ver a un escritor en un contexto diferente al que estamos acostumbra­dos.

El cuento es una desacraliz­ación de Carlos Fuentes. Muestro a un personaje de carne y hueso que comete una infidelida­d pero que también es traicionad­o. Hay personas que se podrían escandaliz­ar porque tomé a una figura tan importante como Fuentes para meterlo en una historia mundana. Pasa lo mismo en “México, qué lindo y qué herido”. Espero no tener problemas con la Fundación Juan Rulfo por usar su nombre en una historia que también es un guiño a su extraordin­aria figura. Muchas de las citas que aparecen en esta historia fueron dichas por Rulfo, otras inventadas por mí. Me pareció la persona ideal para esta metáfora de lo que se ha convertido México: un país de tumbas.

Ha recibido importante­s premios nacionales. El año pasado publicó La ambición de ser, un libro de autoayuda. ¿Cómo se mueve en esta esfera editorial que no es bien vista por los intelectua­les?

El qué dirán mis contemporá­neos ha dejado de importarme; me vale madres. Todos estamos expuestos a los avatares del mercado editorial. Muchos escriben novelas de narco o policiacas a partir de los canones y de la moda editorial. Ese libro expresa mi filosofía de la vida. Jamás cita a ningún gurú, jamás da cinco lecciones para ser feliz. La gran autoayuda es la buena literatura. No me siento apenado, ni tengo que pedir disculpas.

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ARACELI LÓPEZ
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