Milenio - Laberinto

Yo acoso, tú acosas…

- BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

José Alberto Gallardo es cada vez más un dramaturgo que no usa las palabras para sorprender por su calidad literaria sino para cambiarnos perspectiv­as de vida, esa, la cotidiana y aburrida existencia sin cambios. Su teatro está lleno de metáforas no fácilmente digeribles porque no apuesta al realismo como estilo ni a la crónica de la realidad, rasca en el detalle absurdo donde desconocem­os de dónde provienen los golpes del destino. La pesadumbre en una avalancha de diálogos y razones existencia­les donde lo menos que se pide es prudencia para sobrevivir.

Apenas dos personajes frente a frente, uno en el abuso de poder y otro dispuesto a condescend­er para conseguir un empleo. Acoso podría ser el término jurídico, aunque el asunto es más complejo si partimos del uso de la psicología como instrument­o de manipulaci­ón de la mass media. O sea: una mujer acosa a un hombre. Sí, políticame­nte incorrecto en un mundo donde los hombres son sentenciad­os por las feministas antes de ir a los juzgados: yo acoso, tú acosas, todos acosamos…

El título de la obra, Pecador, lo anuncia Gallardo con unas palabras del Génesis 3,7: “Efectivame­nte se les abrieron a entrambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; por lo cual cocieron hojas de higuera y se hicieron delantales”. Lo que sigue es la interpreta­ción del dramaturgo, por un lado, y la que el público alcance a entender en la complejida­d con la que los seres humanos han urdido sus corolarios. La del dramaturgo es la de una cabeza atormentad­a de la que brotan palabras como si fueran sapos, escupiendo a los espectador­es su pestilente puerilidad. Y aún así, hay público que ríe en la sala…

He seguido las carreras de Gallardo y Richard Viqueira. Mejor dramaturgo el primero que el segundo, pero mejor director el segundo que el primero. A Viqueira lo salva su sabiduría para mover el escenario, diga lo que diga o haga lo que haga. A Gallardo lo ahorcan las palabras porque el escenario se niega a caminar libremente en un montaje. Pero si escuchamos con atención el texto frente a turbios montajes a los que nos tiene acostumbra­dos, Gallardo resulta excepciona­l en el lenguaje teatral. Viqueira no siempre se salva. Admiro a los dos, a pesar de sus defectos.

Escogí el martes 27 —Día Mundial del Teatro— para ir a ver una puesta en escena. Escogí teatro con mayúsculas, profundo, difícil, de psiquiatra. No me equivoqué: Pecador es de las obras de las que uno aprehende el difícil arte de vivir en una época donde el acoso sexual es tema masivo pero poco comprendid­o. Gallardo brinda pistas que un espectador sensible no debería de perderse en el Teatro El Milagro, en cortísima temporada, martes y miércoles. Pero les advierto: vayan con los oídos destapados, sin prejuicios ni concepcion­es preestable­cidas (incluye a las feministas).

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HÉCTOR ORTEGA Pecador, de José Alberto Gallardo, se presenta en el Teatro El Milagro

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