Yo acoso, tú acosas…
José Alberto Gallardo es cada vez más un dramaturgo que no usa las palabras para sorprender por su calidad literaria sino para cambiarnos perspectivas de vida, esa, la cotidiana y aburrida existencia sin cambios. Su teatro está lleno de metáforas no fácilmente digeribles porque no apuesta al realismo como estilo ni a la crónica de la realidad, rasca en el detalle absurdo donde desconocemos de dónde provienen los golpes del destino. La pesadumbre en una avalancha de diálogos y razones existenciales donde lo menos que se pide es prudencia para sobrevivir.
Apenas dos personajes frente a frente, uno en el abuso de poder y otro dispuesto a condescender para conseguir un empleo. Acoso podría ser el término jurídico, aunque el asunto es más complejo si partimos del uso de la psicología como instrumento de manipulación de la mass media. O sea: una mujer acosa a un hombre. Sí, políticamente incorrecto en un mundo donde los hombres son sentenciados por las feministas antes de ir a los juzgados: yo acoso, tú acosas, todos acosamos…
El título de la obra, Pecador, lo anuncia Gallardo con unas palabras del Génesis 3,7: “Efectivamente se les abrieron a entrambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; por lo cual cocieron hojas de higuera y se hicieron delantales”. Lo que sigue es la interpretación del dramaturgo, por un lado, y la que el público alcance a entender en la complejidad con la que los seres humanos han urdido sus corolarios. La del dramaturgo es la de una cabeza atormentada de la que brotan palabras como si fueran sapos, escupiendo a los espectadores su pestilente puerilidad. Y aún así, hay público que ríe en la sala…
He seguido las carreras de Gallardo y Richard Viqueira. Mejor dramaturgo el primero que el segundo, pero mejor director el segundo que el primero. A Viqueira lo salva su sabiduría para mover el escenario, diga lo que diga o haga lo que haga. A Gallardo lo ahorcan las palabras porque el escenario se niega a caminar libremente en un montaje. Pero si escuchamos con atención el texto frente a turbios montajes a los que nos tiene acostumbrados, Gallardo resulta excepcional en el lenguaje teatral. Viqueira no siempre se salva. Admiro a los dos, a pesar de sus defectos.
Escogí el martes 27 —Día Mundial del Teatro— para ir a ver una puesta en escena. Escogí teatro con mayúsculas, profundo, difícil, de psiquiatra. No me equivoqué: Pecador es de las obras de las que uno aprehende el difícil arte de vivir en una época donde el acoso sexual es tema masivo pero poco comprendido. Gallardo brinda pistas que un espectador sensible no debería de perderse en el Teatro El Milagro, en cortísima temporada, martes y miércoles. Pero les advierto: vayan con los oídos destapados, sin prejuicios ni concepciones preestablecidas (incluye a las feministas).