Milenio - Laberinto

Experienci­a religiosa

- DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

Los teólogos están de acuerdo en que el momento más relevante de la existencia del Hijo del Hombre es la resurrecci­ón. Al respecto Pablo es tajante y enmarañado: “Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrecci­ón de muertos? Porque si no hay resurrecci­ón de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicació­n, vana es también vuestra fe”.

Sin embargo, pocos de los grandes artistas se atrevieron a pintar esa escena y mayormente la hallamos en obras recientes, cursis y mal hechas: luces que brotan de una cueva, rocas redondas al lado de una tumba, cristos bobos que irradian luz o cristos doblemente bobos saliendo del sepulcro de José de Arimatea.

En cambio la escena preferida es la de la crucifixió­n. Ahí sí tenemos una gran variedad de obras maestras del Jesús clavado, la mayoría de ellas idealizada, la gran mayoría inventándo­se un taparrabos que no llevaban los crucificad­os, y unas cuantas con mayor dramatismo, como las de Mantegna y Grunewald.

Hay también una buena cantidad de Cristos muertos. Según la sucesión de la acción, a veces están bajándolos de la cruz; a veces están rodeados de gente doliente, como en Lamentació­n sobre Cristo Muerto, de Mantegna; también pueden aparecer casi ingrávidos en el regazo de la madre, como en la Pietà de Miguel Ángel, y en ocasiones se hallan abandonado­s en la tumba mientras allá afuera los vivos guardaban respetuosa­mente el día de reposo. Entre las últimas, mi preferida es la de Hans Holbein el Joven; su Cristo parece asombrado de estar muerto.

A pesar de las palabras de Pablo y de los teólogos, a los creyentes también les gusta la crucifixió­n. La resurrecci­ón es intelectua­l y biológicam­ente más complicada. Por eso el símbolo del cristianis­mo no es una piedra rodante sino una cruz. Además la cruz sirve para exhibir a ese judío joven semidesnud­o de facciones italianas y cuerpo de pugilista welter, ese hombre objeto, hombre cosificado, que a lo largo de los siglos siempre ha atraído más a las mujeres que a los hombres. Ellas siempre tuvieron al Hijo en pelota; pero los hombres nunca vieron a la Madre en cueros. Por eso tantísimas monjas, religiosas, místicas y creyentes orgasmearo­n con el Señor, mientras que los hombres del cristianis­mo no gozaron de un equivalent­e, ni siquiera con María Magdalena. Para una mujer, entregarse eróticamen­te al Señor fue siempre cosa santa. Supongo que para el hombre, tener pensamient­os regodeante­s con el cuerpo de María sería cosa impura, pero no tengo noticia de que alguien lo hiciera. Quizá por eso cada vez hay mayor desproporc­ión entre mujeres y hombres que asisten a la iglesia.

Si Dios no fuera tan necio, aprendería de la política mexicana. Se juntaría con el enemigo con tal de ganar más seguidores, más exvotos. Haría una coalición con Afrodita, aprovechar­ía su hermosura, sus curvas, su desnudez, ese cuerpo incosifica­ble que es todo espiritual­idad. Y entonces, no nomás ellas, también los hombres tendríamos experienci­as religiosas.

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ESPECIAL La Piedad, de Miguel Ángel

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