Dales descanso eterno
A 100 años de su muerte, Lili Boulanger (1893–1918) ofrece un mínimo acercamiento a la importancia de las mujeres en la música occidental
LA Carolina Castañeda Van Waeyenberge a presencia del órgano resulta siniestra. El movimiento de sus sonidos produce una sensación de angustia; se mueven de formas incomprensibles: ni retroceden ni avanzan, es como si se abrieran y cerraran, pero nunca terminaran por completar la apertura o el encierro. De su existencia incierta se desprenden ideas circulares y acuáticas: suaves vibraciones surgen y desaparecen sobre la superficie de nocturna agua estancada. Dos violines y el chelo construyen una homófona frase compuesta por tres largas notas cuya expresión tensa y sombría precede al lamento de la mezzosoprano: “Pie Jesus Domine/ doma eis réquiem” (piadoso Jesús, nuestro Señor/ dales descanso), resuena el canto oscuro de una mujer doliente.
Lili Boulanger (1893–1918) es la primera mujer que ganó —en 1913, a los 19 años, gracias a su cantata
Faust et Héléne para coro, orquesta y cantantes solistas— el Prix de Rome, máxima distinción que la monarquía francesa otorgaba a los músicos. El premio le granjeó un contrato con la casa editora Ricordi (la que publicó a Rossini y a Verdi) por el que se comprometía a escribir dos óperas. Para la primera, guiada por el impresionismo, escogió La
Princesse Maleine de Maurice Maeterlinck, obra simbolista que narra la tragedia de una frágil princesa.
Poco después de comenzar la escritura de la ópera, a Lili se le acrecentó un dolor agudo y punzante debajo del ombligo. La hospitalizaron en 1917; al abrirle el estómago, los médicos descubrieron que su apéndice infecto había reventado. Removieron los pedazos y le pronosticaron seis meses más de vida.
Lili murió el 15 de marzo de 1918 a los 24 años. Su muerte enlutó a la música francesa. Durante su funeral, celebrado en París en plena Guerra Mundial, la lloraron su maestro Gabriel Fauré, su precursora Cécile Chaminade, compositores de la ge- neración anterior —como Gustave Charpentier, Charles Koechlin y Maurice Ravel— y sus contemporáneos Arthur Honegger, Francis Poulenc y Germaine Tailleferre.
De su catálogo, que abarca 50 obras (escritas a lo largo de la década comprendida entre 1909, año de su ingreso al Conservatorio de París, y 1918), destacan D’un matin
de printemps (1918) para flauta o violín y piano, el trío de cuerdas D’un soir triste (1918) y Pour des
funérailles d’un soldat (1913) para barítono, coro y orquesta sobre un texto de Alfred de Musset. Varias de sus obras fueron destruidas por ella, como una marcha fúnebre para pequeña orquesta de 1916, y otras las dejó inconclusas, como su ópera (de la cual solo se conoce una escena completa).
Mientras agonizaba, Lili le dictó a su hermana mayor, Nadia, su última obra: un Pie Jesus para mezzo, cuarteto de cuerdas, órgano y arpa.
La oscura voz de la mujer doliente encuentra, al repetir la frase “dona eis réquiem”, cierto sosiego, pero la angustia en el órgano permanece estancada al fondo y las cuerdas de tres largas notas sombrías acentúan la sensación de asfixia. Hacia la mitad de la obra el ritmo se colisiona y los mismos acontecimientos suenan cada vez más suaves, cada vez más distantes. La mezzosoprano incorpora una palabra nueva en su canto: “sempiternam” (eterno), que provoca la inesperada aparición de un arpa. El órgano, tras la súplica por el descanso eterno en la voz humana, pierde sus colores y el vacío sonido de su pedal permanece vibrando, inexorable y absoluto, hasta que desaparece en la nada.