Un pedazo de tierra
El sueño de la mantarraya recupera un hecho histórico en el que México se disputó una isla con tres países
Una máquina de viento a alta velocidad envuelve la escena como una tormenta. La manivela a manos del capitán del L’Amiral, barco mercante francés, es el timón descontrolado bajo un cielo oscuro que no impidió a Victor Le Koat Kerwéguen, en 1858, declarar territorio galo a la isla de seis kilómetros de largo por dos de ancho, ubicada en el Océano Pacífico, a 1300 kilómetros de Acapulco. El sueño de la mantarraya. La isla de Clipperton es un viaje en el tiempo, nutrido por la ambición que generó esa isla, botín de pugnas internacionales en pos de una soberanía que destruyó la vida de quienes la preservarían.
Alejandro Ainslie, dramaturgo y director de El sueño de la mantarraya. La isla de Clipperton, articula un montaje histórico que parte de una ardua investigación en torno a los hechos ocurridos entre 1858 y 1931 en torno a la soberanía mexicana y más tarde la pérdida de la Isla Clipertton, que recibiera también los nombres de Médano, Farallón Blanco y La Isla de la Pasión, que hoy es territorio francés.
Una pantalla al fondo del escenario proyecta cielos, mar, tiburones martillo, mantarrayas al acecho y un desolador horizonte que se expande, al tiempo en que ofrece datos de los años que transcurren y los episodios que se desarrollan, mientras los personajes se insertan en ese espacio, donde la arena llega en cubetas de metal que se vacían para llenarse más tarde, como si un desesperante ciclo se repitiera infinitamente.
Ainslie trama la información obtenida de diversas y fidedignas fuentes históricas, así como fragmentos de novelas, para acercar al espectador de hoy a este conflicto en el que Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y México se disputaron esa tierra rodeada de mar.
Mediante escenas en las que Porfirio Díaz, presidente de México, y su secretario de Hacienda y Crédito Público, José Yves Limantour, urden el modo de recuperar la isla, donde constituyeron un asentamiento minero, el espectador sigue la línea del tiempo en la que resuenan los intereses bélicos por explotar comercialmente el guano y el interés en la construcción del Canal de Panamá, mientras el destacamento militar enviado por Díaz, encabezado por el joven teniente Ramón Arnaud, sufre la tardanza de El Demócrata, El Corrigan II y el Tampico, barcos que les llevaban víveres, correspondencia y noticias cada tres meses, hasta que dejaron de hacerlo.
El montaje de Ainslie otorga una importante visión sobre los intereses de las potencias involucradas en esta disputa a través de un juego escénico marcado por la tragedia, en el que los habitantes de la isla, descalzos, como Limantour y Don Porfirio, crean la isla y la desaparecen al verter y recoger arena en el escenario, donde aparece alguna embarcación de juguete, mientras las olas crecen al fondo del mismo.
Como en un vaivén de acercamiento y distancia, el director y dramaturgo conduce a los actores por cuadros que van de la ambición política a la ilusión patriótica, y del desvanecimiento de la esperanza al abandono y a la presencia de un héroe que creyó hasta el final en su país y en sus gobernantes.
El sueño de la mantarraya. La isla de Clipperton, con un sólido elenco integrado por Luis Lesher, Juan Carlos Vives, Humberto Yáñez, Carlos Álvarez, Alejandro Ainslie, Paola Pérez–Rea, Julio Escartín, y Rodolfo Almazán Gómez, es un montaje que nos remite, mediante una interesante propuesta estética e histórica, sustentada en datos verídicos, a esa violenta espiral de despojo en la que aún nos encontramos.