Falso o verdadero
Hace unos días circuló la noticia sobre un museo de arte en la ciudad francesa de Elne. Se descubrió que eran falsas más de la mitad de las obras exhibidas y atribuidas al pintor local Étienne Terrus. Luego de que alguien se diera cuenta de que en las supuestas obras de Terrus aparecían edificios construidos después de su muerte, se convocó a varios expertos que acabaron por determinar que ochentaidós de los cuadros eran falsos.
Lo que le ocurrió a esta pinacoteca es el pan cotidiano para quienes visitamos museos. El mundo está lleno de falsificadores así como de millonarios mal enterados dispuestos a gastarse buenas sumas por el prestigio de poseer una firma.
Acabo de estar en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, y más allá de tener una colección francamente aburrida, exhibe una estatua tallada en madera con la siguiente leyenda: “Cristo muerto, c. 1230–1250. Anónimo italiano”. Hay que hacer mucho esfuerzo para creerse que ese Cristo tiene tanta edad.
También visité hace dos semanas uno de los museos más revueltos del mundo: el Soumaya. Fui a mirar la exhibición de un artista de discreta reputación, pero cuyas obras llegan a cotizarse en varios millones de dólares: Maurice de Vlaminck, también considerado un pintor fácilmente falsificable.
El Museo Soumaya anuncia la exhibición de ciento veintidós obras del pintor francés, pero éstas son tan irregulares que me dejan la alternativa de suponer que Vlaminck era de talento intermitente o que varias de las obras son falsas. Hay en la exhibición cuadros que adolecen de tal bobrossismo que uno no puede sino sonreír cínicamente, tal como causa sonrisa el kitschismo de los marcos en que colgaron muchos de los cuadros.
Como visitante del museo, me interesa saber por qué se tuvieron que restaurar ochentaidós de las obras, tomando en cuenta que se trata de un pintor muerto apenas en 1958. Otra vez me nace la desconfianza. ¿Restauraron porque las compraron en una venta de garage o para que los aparentes Vlaminck dieran más el gatazo de ser auténticos?
Por supuesto, no soy tan ingenuo como para asegurar que ahí hay obras falsas, pues tal afirmación tendría que demostrarse. Lo que sí puedo decir es que mis ojos imperfectos no creen que todos esos cuadros hayan sido pintados por la misma persona.
El derecho de dudar lo tengo, tal como dudo que el famoso Estudio de San Andrés descubierto en Coyoacán haya sido de veras pintado por Doménikos Theotokópoulos. Me basta mirar ese cuadro para darme cuenta de que le falta el color y la expresividad de El Greco, que los pliegues del manto son insulsos, que no hay malicia en los detalles, y el hecho de llamarle “estudio” no justifica las tristes pinceladas.
Para quien quiera jugar al detective, a las preguntas de falso o verdadero, el Soumaya está lleno de posibilidades. Yo me conformo con visitar museos y decir “me gusta o no me gusta, me lo creo o no me lo creo”.
El arte es un negocio millonario y ya se dejó infiltrar por las mafias. No podemos ser tan ingenuos como para pensar que todo lo que brilla es oro. Mucho menos cuando para jugar en las ligas mayores no hacen falta conocimientos de arte, sino una cartera henchida de billetes. Los falsificadores están haciendo su agosto con los oligarcas, principalmente los rusos y árabes. Y luego de que alguno de ellos se gasta una fortuna en alguna falsificación, es difícil que cualquiera de sus allegados se atreva a decirle: “Jefe, me parece que le vieron la cara”.