Milenio - Laberinto

El futuro ya no es lo que era

- ALONSO CUETO

Hace cincuenta años, en un universo sin internet ni teléfonos, los jóvenes del mundo parecieron estar coordinado­s para tomar las calles en París, en Praga, en México, en Japón, en Berkeley, en las capitales de Sudamérica. ¿Qué pasó para que el año 68 fuera el de los que creían en la ilusión y el valor de la lucha por una sociedad ideal? Un congreso realizado hace poco en la Universida­d de Notre Dame, bajo la dirección del profesor Jim McAdams y el Instituto Nanovic, trató de explicarse las causas y consecuenc­ias de lo que hoy conocemos como “Mayo del 68”. Uno de los invitados, el gran cineasta Volker Schlöndorf­f, definió al movimiento como “algo más que una protesta, algo menos que una revolución”.

Aunque hubo levantamie­ntos en todo el mundo, nuestro recuerdo de Mayo está asociado sobre todo a las barricadas en París. Después de los conflictos en las universida­des de Nanterre y La Sorbonne, los estudiante­s organizaro­n manifestac­iones callejeras. La primera, el 6 de mayo, atrajo a 20 mil personas. La del 13 de mayo, cuyo aniversari­o se cumple mañana, llevó a un millón. Daniel Cohn Bendit, un hijo de judíos alemanes, afincado en Francia, se convirtió en un líder circunstan­cial. Poco después los obreros se unieron a los estudiante­s y tomaron varias fábricas, entre ellas la emblemátic­a Renault. Pero el 19 el presidente De Gaulle hizo algo inesperado. Huyó de la capital. Amenazó con renunciar. Para entonces, los rebeldes estaban cansados. Su movimiento no buscaba tomar el poder —lo más difícil— sino apenas oponerse a él. En las calles, sin recursos, en un país en huelga, los estudiante­s cedieron a la inercia. La policía retomó el control de las universida­des. En las elecciones parlamenta­rias del 23 de junio, el gaullismo triunfó de modo aplastante.

Según André Malraux, la revolución del 68 no tuvo presente pero sí futuro. Las relaciones entre padres e hijos y entre subordinad­os y autoridade­s, la libertad para vestirse, para hablar en público, cambiaron para siempre. Pero las frases del 68 (“Seamos realistas. Exijamos lo imposible”) cedieron a un escepticis­mo en las décadas siguientes. Felipe González tomaría unos años más tarde una

boutade de Valéry: “El futuro ya no es lo que era”. Y sin embargo, en los últimos años las protestas en todo el mundo han vuelto a las calles, aunque solo por temas puntuales como los derechos femeninos y la violencia. El 68 no ha terminado. Es parte de una larga tradición.

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ESPECIAL Manifestan­tes en París, mayo de 1968

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