El último viaje de Alan Stark
El pasado 31 de octubre falleció Alan Stark, bailarín, coreógrafo, maestro e investigador de danza con un trabajo extenso y dedicado. Una serie de factores ajenos a Alan y a mí me impidieron despedirme de mi querido maestro y amigo. Van aquí las palabras que tengo para decirle adiós a su generosidad, de la que aprendí siempre.
Recuerdo el día en que festejaste y brindaste por la publicación de mi primera colaboración en Laberinto. Ya llevábamos mucho camino andado y me mostraste libros con trabajos de alumnas y alumnos tuyos, fotografías y recortes de periódicos. Platicamos durante horas sobre temas útiles más allá de la crítica, que para ti y para mí era limitada. Contigo compartí la imperiosa necesidad de reflexionar sobre el quehacer dancístico en todas sus ramas: la docencia, la creación, la ejecución e investigación. Juntos fuimos a muchas de las funciones que reseñé y sobre las que diserté en este espacio, y siempre fui correspondida en aquel ir y venir de ideas.
Recuerdo con cariño y gratitud cuando te propuse que ilustráramos una ponencia para el Coloquio de Lengua y Cultura Colonial en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Revisaste con celo detalles de música, vestuario y pasos. Jamás de tu boca la insistente pregunta externada por muchos: “¿qué tiene que ver aquí la danza?” Lo sabías bien y así lo enseñabas: la danza forma parte de un discurso estético-cultural y como tal se encuentra en cada etapa de la historia para decirnos algo, para ilustrar el pensamiento de una época, su estética y poética. Estudiamos y expusimos el diálogo de las danzas de corte y las danzas nativas de la Nueva España, abrevamos en la influencia negra para finalmente saber cómo es que se configuraron danzas identitarias en este continente.
Te vi enseñar con amor y paciencia pero sobre todo enamorado de la danza. No es fácil hacer que la juventud comprenda que la danza que hace, esa que le emociona por mostrar potencia física y virtuosismo, es producto de un proceso histórico profundo. Cada paso, gesto y trazo espacial ha tenido un desarrollo en la historia vinculado a su contexto social. La continuidad y la ruptura dependen del conocimiento que de ese proceso se tenga. Recuerdo claramente cuando reflexionaba sobre mi propio trabajo y me dijiste: “no basta con que tu danza sea valiente, porque para serlo de verdad tiene que ser consecuente”.
Javier Contreras Villaseñor señaló en su texto “Alan Stark, el terrestre y el marino” que lo que parecía verdaderamente apasionante era el conocimiento de la otredad. Fuiste siempre observador y respetuoso de ella; escuchabas con especial atención a tus interlocutores para después intervenir y mostrarnos que, dentro de nuestra diversidad y pluralidad, compartíamos raíces y motivaciones comunes, que aquella pluralidad enriquecía el arte y era el momento (“maravilloso” era tu palabra) en que nos hacías dialogar. Nos encontramos y dialogamos, a través de ti, sobre estilos, generaciones, profesiones y especialidades. Todos conectados por ese contagioso amor al arte que llevabas siempre contigo.
Eras un viajero que coleccionó detalles y recuerdos, y tu fascinación particular por México también enseñaba, pues te maravillabas con gestos que para nosotros resultan cotidianos. Ser viajero te hizo culto y erudito, no para acumular saberes y dejarlos en donde nunca fueran de utilidad. Por el contrario, los compartiste siempre, y no todos, ni siempre, supimos qué hacer con tanto. Bien merecida que tuviste tu medalla Una Vida para la Danza de 1992.
De ti aprendí mucho: a observar con profundo respeto la danza de
_ otros, a controlar la urgente necesidad de opinar y permitirme ver y entender. Contigo gozamos de la danza en toda su dimensión.
Un mezcal para tu último viaje. Ahora eres inmortal.
No es fácil hacer que la juventud comprenda que la danza nace de un proceso histórico