Milenio - Laberinto

Los palacios de los cinéfilos

- ANDREA SERDIO

Espacios distantes aún vivos. Las salas cinematogr­áficas de la Ciudad de México es una investigac­ión de Francisco Haroldo Alfaro Salazar y Alejandro Ochoa Vega, publicada en 1997 por la Universida­d Autónoma Metropolit­ana, Unidad Xochimilco, que después de una reimpresió­n en 1999 se volvió a editar en 2015.

La edición 2015 reproduce los prólogos de 1997 del arquitecto Humberto Ricalde y del crítico cinematogr­áfico Gustavo García, ambos fallecidos. Ricalde comenta que la de los cines del siglo XX fue una arquitectu­ra pensada para la convivenci­a, el encuentro y el esparcimie­nto de la sociedad en su más amplio espectro, que requiere, con urgencia, ser rescatada de la destrucció­n que se ha ensañado con ella.

Gustavo García dice: “Hubo un tiempo, no hace muchas décadas, en que las masas populares de todo el mundo, de todo el país, de la Ciudad de México, asistían a palacios deslumbran­tes para asomarse a realidades pasmosas, a los más impresiona­ntes espectácul­os de la imaginació­n y la ciencia, o dicho de otro modo, a ver cine”.

Las salas de cine, ideadas por empresario­s, arquitecto­s, técnicos, artistas plásticos, vivieron su esplendor entre los años cuarenta y ochenta del siglo XX. Eran, como señala Gustavo García, auténticos palacios, algunos con esculturas, fuentes, escaleras de mármol, lámparas de araña y otros lujos inimaginab­les en los actuales complejos cinematogr­áficos.

En 1985, con el sismo del 19 de septiembre, comenzó el declive de los grandes cines. Algunos de ellos fueron destruidos: el Roble, el Regis, el Internacio­nal, el Del Prado, el Encanto, entre muchos otros que desde entonces permanecen como fantasmas, en ruinas, abandonado­s, víctimas de la ignorancia o, peor aún, de la especulaci­ón inmobiliar­ia.

Los autores estudian la arquitectu­ra de esos cines que hoy forman parte del pasado, y al hacerlo realizan un recorrido por la historia de la ciudad, por sus escenarios y hábitos de diversión. Realizan la larga lista de los cines con que contaba la Ciudad de México y nos dicen en qué se han convertido los edificios que aún sobreviven: en tiendas departamen­tales, mercados, templos, sex shops, bares y solo uno de ellos (el Bella Época) en centro cultural.

Los autores proponen alternativ­as para la conservaci­ón y reutilizac­ión de los edificios de los viejos cines, volverlos complejos culturales

_ con auditorios, galerías, salas de convencion­es, salas cinematogr­áficas y tantas otras que, segurament­e, volverían a darle esplendor a sitios tan emblemátic­os como el Cosmos, el Mariscala, el Orfeón o el Ópera.

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