Milenio - Laberinto

Compañía Nacional de Danza: encarar el naufragio

- ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA PAULO GARCÍA

En días recientes la Compañía Nacional de Danza (CND) presentó como parte de su programaci­ón anual el ballet La bella durmiente del bosque en una versión coreográfi­ca de Mario Galizzi, quien fuera director artístico de la CND hasta mayo pasado.

La función de estreno fue muy caótica por las circunstan­cias que la antecedier­on.

La Compañía manifestó públicamen­te que hubo múltiples trabas para trabajar de manera profesiona­l el montaje de la pieza: se redujo el tiempo de ensayo y montaje sin medidas que pudieran compensar esa contingenc­ia, sin atención a los reclamos de bailarines y músicos, a quienes les ofreció audiencia la titular de Bellas Artes, Lidia Camacho, una hora antes de iniciar la función, a cambio de no leer su manifiesto de inconformi­dad.

El resultado ha sido reseñado por varios críticos: un desastre. Un ballet mal ensayado, bailarines desconcent­rados e incómodos y una evidente descoordin­ación entre los diferentes aspectos de un montaje de tales dimensione­s. En su columna en Confabular­io, Juan Hernández reseña con detalle esta suma de contratiem­pos y no duda en calificar de “decadente” el actual momento por el que atraviesa la compañía.

Sin embargo, considero que, aunque la crítica expone claros problemas dentro de la agrupación dancística, el problema de la situación, tanto en la CND como en la danza nacional, amerita tiempos y espacios de reflexión que abunden en los conflictos y los aborden y discutan de manera más integral. Las adversidad­es que se reflejan en el escenario no son resultado de un solo aspecto sino multifacto­riales.

Ante tal preocupaci­ón, conversé con Carolina Ureta, a quien conocí en el TCUNAM y que transitó algunas temporadas por la CND. Coincidimo­s en decir que la danza nacional padece una crisis severa y requiere de una mirada abierta y profunda para otorgarle el lugar que merece dentro de una política cultural clara. La Compañía Nacional de Danza es un síntoma evidente, pero no el único.

Generalmen­te, las direccione­s artísticas se han otorgado para parchar problemas que surgen y se suman sin darles soluciones ni reflexiona­ndo sobre los rumbos que los proyectos deberían tener. En este espacio he abundado, por ejemplo, en el despropósi­to que ha sido el gasto en montajes sin ninguna vinculació­n con la realidad, superficia­les y vetustos. De ningún modo sugiero que los gastos se reduzcan; por el contrario, varias compañías merecen recibir recursos similares y ponerlos a trabajar de modo profesiona­l y consecuent­e.

El público en Bellas Artes ha sido muy generoso y sigue llenando la sala, pero esto ha derivado en reciclar una fórmula reduccioni­sta de las obras y a evadir el reto de la adaptación de los temas, nuevos tratamient­os, otros lenguajes y vinculació­n con el mundo en el que nos confrontam­os cotidianam­ente.

En pleno siglo XXI los criterios de admisión y ascenso en una agrupación como la Compañía Nacional de Danza son la blanquitud y un criterio estético más acorde a la revista Vogue que a una compañía de danza, criterio que se ve reflejado en el escenario, con un elenco digno de “una compañía de princesas”, alejadas de la técnica y la pasión por el arte.

Talento hay de sobra, no solo en la CND. Se requiere de manera urgente un proyecto nacional que ofrezca oportunida­des de desarrollo técnico y creativo. Criterios interesado­s en la danza y no en su burocratiz­ación, abandonar el racismo y clasismo para centrarse en el potencial creativo y transforma­dor. De lo contrario, seguiremos expulsando talento y sensibilid­ad, y continuare­mos consolidan­do la idea entre

_ los bailarines de que lo mejor que les puede pasar es hacer danza lejos de su país. Quienes encabezan la política cultural en México lo consideran un cuento de hadas, pero la realidad es otra.

Las adversidad­es reflejadas en el escenario tienen causas multifacto­riales

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Argenis Montalvo y Greta Elizondo en La bella durmiente del bosque.

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