Chiquito de la Calzada
andalú
Manué! Manué.
etá mu va contá?, Antena 3. marcianidad neocasposa clase, gracioso antiguo de una España antigua y puta, escobón del lenocinio que sale por la tele para barrer las últimas serpentinas y los últimos condones que ha dejado la clientela, la tropa bienoliente de los contratados, los subvencionados, los implicados, los muertos. Claro que Chiquito no sabe nada de esto. Chiquito resuelve España en un chiste”. Carmen Rigalt: “Chiquito es una mezcla de sacristán y vendedora de garbanzos, un cruce entre un obispo exclaustrado y una madame con ingenio”. Arturo Pérez–Reverte: “Es bueno que de vez en cuando triunfe alguien que merezca la pena, no por lo que cuenta, sino por lo que es y lleva a cuestas en su vieja y abollada maleta […]. Porque la gente no sabe que un flamenco contando un chiste es lo más trágico del mundo, y de ese desgarro es, precisamente, de donde sale la gracia. A ver si no cómo sobrevive uno en esta casa de putas”.
A Chiquito me lo encontré —más viejo, más calvo, más triste, igual de famoso— hace tres años en el restaurante Las Chinitas de Málaga, un local decorado con cuadros de toreros y cantaores. Se había muerto su esposa, no podía con la soledad de su casa y pasaba ahí casi todo el día. Hablamos de Cantinflas, cómo no, de la telebasura, del fenómeno sociológico que él encarnó y de que un día yo volvería para entrevistarlo. Él murió, exactamente hace un año, antes de que eso ocurriera. El otro día, escombrando, revisé la libreta que llevaba aquella
_ vez y me di cuenta de que apunté su simple y certera definición de chiste: “una cosa del pueblo, un cuento breve para distraer, algo referido a las cosas de la tierra y a sus personajes: el borracho, el médico...”.