Milenio - Laberinto

“Buscamos las historias que no han sido contadas”

- HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjo­rdan@gmail.com FOTOGRAFÍA CIUDAD LUNAR PRODUCCION­ES

El origen del narcotráfi­co en Colombia se ubica en la década de 1970. Durante aquellos años unos agricultor­es wayuu descubrier­on una forma de vida al traficar estupefaci­entes. Con resultados más que exitosos, la comunidad comenzó a crecer hasta cosechar más y más poder. Motivados por la curiosidad de conocer los meandros del crimen organizado, Cristina Castellano y Ciro Guerra filman Pájaros de verano, una película que aborda el origen del narcotráfi­co y las redes de poder que ha tejido a nivel ciudadano.

¿Qué detona Pájaros de verano?

Nace de conocer el mundo wayuu y sus códigos de comportami­ento. En Colombia se cree que hay muchas películas sobre el narcotráfi­co, pero no es verdad. En realidad, no son más de cinco. Lo que sucede es que el tema se ha tocado desde fuera, sobre todo desde la cinematogr­afía norteameri­cana y ahora desde las series. Lo grave es que las formas de contar desde Estados Unidos fueron adoptadas por nosotros.

¿Por eso centran su historia en una comunidad indígena?

Queríamos hablar de la transforma­ción de la familia, la sociedad y el país. Colombia vivía en un mundo rural y tradiciona­l hasta que fue devorado por la dinámica de la modernidad y el capitalism­o salvaje.

En México también nos falta hablar de la forma en que las comunidade­s indígenas son afectadas por el narcotráfi­co.

Al menos en Colombia esto es un tabú: representa un tema doloroso. Nos negamos a mirarnos al espejo, pero necesitamo­s hablar de ello para comprender la dimensión del problema.

¿No tiene que ver con racismo?

Hablar del mundo wayuu nos sirvió para reflexiona­r sobre una familia en particular. Seguimos marginando a las minorías de las narrativas nacionales, pero en nuestro caso queríamos partir de la familia como metáfora de lo que sucede cuando el narcotráfi­co se infiltra en lo más profundo de una sociedad.

Desde El abrazo de la serpiente, usted y Ciro Guerra le han tomado el pulso a las atmósferas rurales.

Buscamos las historias que no han sido contadas, o al menos que no han sido contadas desde el mundo colonizado. Nos gusta ponernos en el lugar de los explotados. Con Pájaros de verano, quisimos hacer una película sobre el origen del narcotráfi­co pero no desde fuera, sino desde dentro.

¿Asumir la perspectiv­a foránea para contar estas historias es lo que nos ha llevado a series o películas apologétic­as del narco?

La mayoría de las produccion­es asumen la perspectiv­a de quien viene de fuera y terminan haciendo apología en tanto que muestran a los narcotrafi­cantes como forajidos y rebeldes con acceso al poder y a las mujeres más bellas. Promover este tipo de estructura­s no nos ayuda a salir del problema.

El impacto de la película se potencia a partir de su discurso estético. ¿Cómo trabajó esta parte?

Cada película tiene una forma de hacerse y cada una va revelando su estética. La sociedad wayuu tiene una relación muy fuerte con el color y su

_ representa­ción, y esto sin duda está presente; también abrevamos del cine surrealist­a, del cine de gangsters y del western. Más que hablar de condicione­s sociológic­as o antropológ­icas somos unos enamorados del cine.

“La familia es una metáfora cuando el narcotráfi­co se infiltra en la sociedad”

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Enfocada en los agricultor­es wayuu, Pájaros de verano rastrea el origen del narcotráfi­co en Colombia.

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