El dulce hedor de la muerte en Nochebuena
Años atrás —cuando en Tijuana los asesinatos todavía eran noticia e indignaban a los lectores del periódico El Bordo— tú te resignaste a la terquedad de los muertos navideños. Lo de las reyertas y balaceras era propio del fin de año, pero en la Nochebuena solían brotar las fatalidades más absurdas y los compulsivos suicidios. En tu guardia reporteril nunca faltó el gordinflón papá vestido de Santa que se rompía la nuca al caer del techo con todo y costal; la abuela electrocutada al intentar cambiar los fusibles fundidos del arbolito; el tío borrachón que tanguarniz en mano daba el cuartazo antes de abrir los regalos y claro, los despechados y deprimidos de toda especie que elegían la noche del 24 para rebanarse las venas. Lo de los colgados de los puentesconmensajeenelpechoylascabezas envueltas para regalo llegaría mucho después.
Por mucho tiempo fuiste el único reportero de guardia trabajando en la víspera de Navidad. En la edición del 26 de diciembre (porque el 25 no había periódico) todas las notas traían tu firma: Por Edelmiro Mascorro, alias El Carnitas, el muertero estrella de Baja California y muchos kilómetros a la redonda.
Alguien te hizo ver que con tus 133 kilos de peso, tus cachetotes rebosantes y tu barba siempre mal rasurada, era un desperdicio no disfrazarte de Santaclós en esa fecha y tú decidiste tomarle la palabra. Conseguiste un percudido traje de medio uso en un mercadito sobre ruedas y desde entonces te volviste el designado e irremplazable Santaclós en las tertulias de tu familia política. Eran los tiempos en que aún vivías con tu esposa, la Ramira, y tus dos hijas, inocentes pequeñitas, se iban a la cama con la ilusión de los regalos. Eran los tiempos en que conociste algo parecido a la felicidad, pero entonces no lo sabías.
Cumplías con cenar en casa, donde a veces el aguinaldo alcanzaba para pepenar un pavo medio escuálido y dos regalitos no tan pinchurrientos, pero te sentabas a la mesa con el escáner en la mano, monitoreando los quehaceres y angustias de la Policía Municipal, sabiendo que al escuchar 12–17 había que salir corriendo, sin tiempo de quitarte tu traje, así que no fueron pocas las veces en que llegaste a tomar las fotos a la escena criminal enfundado en tu ropaje de Santa, con tu riguroso cigarro sin filtro a punto de transformarse en ardiente bacha entre tus labios.
Los repetidores de la patraña “todo tiempo pasado fue mejor”, peroran que antes hasta la malandrada tenía valores y santificaba las fiestas, pero tú, muertero de cepa y estirpe notarrojera, sabes bien que la Parca nada ha entendido nunca de vacaciones. Claro, una cosa eran uno o dos muertitos por Nochebuena, pero una matazón cuyo saldo es un reguero de 17 cadáveres en la víspera navideña no es de Dios, mucho menos cuando tu nueva chamba es como encargado de la recepción en el Servicio Médico Forense.
Uno no es lo que quiere sino lo que puede ser, y a tus 59 años de edad te diste cuenta que como reportero de nota roja no te alcanzaría ni para pagarte el ataúd más chafito cuando tu teporocha salud de hierro acabara de desbarrancarse. Por eso aceptaste un empleo como encargado de Comunicación y Relaciones Públicas del Semefo. Tu nueva chamba no es un edén de abundancia, pero al menos tu salario dejó de ser un insulto al hambre.
Con lo que no contabas es con la bancarrota en que caería el gobierno
Sería bello el milagro de una Navidad sin muertos, pero el cielo no está para imposibles