Milenio - Laberinto

Radicalism­o aristocrát­ico

- DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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Haydoscond­icionesméd­icas que me espantan. Una es la de Iván Ilich: riñón flotante. Otra es la del padre de Nietzsche: reblandeci­miento del cerebro. Ahora pienso en esta última porque acabo de leer una excelente biografía de Friedrich Nietzsche; la autora es Sue Prideaux, y si su libro se traduce al español, segurament­e se titulará Soy dinamita. El médico alemán que trató al vater, utilizó el término Gehirnerwe­ichung, y dado que no existían en aquel entonces los electroenc­efalograma­s, ni los rayos X ni, que yo sepa, trepanaron al hombre, vaya uno a saber cómo se hizo tal diagnóstic­o del cerebro reblandeci­do, pero de seguro volveré a recordarlo la próxima vez que me coma unos tacos de seso malasado.

Friedrich tuvo siempre temor de que la condición cerebral de su padre fuese hereditari­a y, aunque no fue por herencia, verdad es que su cerebro

acabó por reventar. Esto tranquiliz­ó a mucha gente de alma infantil: el filósofo había recibido su castigo por decir que Dios había muerto. Sin embargo, lógica tan banal no explica dos cosas: si el padre de Nietzsche era un piadoso sacerdote, ¿por qué recibió el mismo castigo? O bien, por qué Dios no liquidó a Nietzsche antes de que lo declarara muerto.

Lo cierto es que Nietzsche, aunque llegó a referirse a sí mismo como El Anticristo, era admirador de Jesús de Nazaret. Lo considerab­a un colega, alguien que también había venido al mundo para cuestionar el orden establecid­o, para instaurar una nueva moral. En cambio abominaba de San Pablo, que había convertido la vida ejemplar de Jesús en “una leyenda de sacrificio por las culpas ajenas en su forma más bárbara y repulsiva”. Abominaba de la Iglesia, de ese cristianis­mo deformado que volcaba a la gente hacia la nada, que instauraba la moral esclava. Dijo que la palabra “cristianis­mo” era un malentendi­do, que solo hubo un cristiano y éste murió en la cruz.

Georg Brandes escribió a Nietzsche para decirle que, aunque no acababa de comprender­lo, admiraba su desprecio por los ideales ascéticos, su indignació­n contra la mediocrida­d democrátic­a, y sobre todo, su “radicalism­o aristocrát­ico”. Aquí hay dos cosas importante­s. La primera es reconocer que en el mundo de las artes o de la intelectua­lidad, la democracia es agua para diluir. En estos mundos debe prevalecer la aristocrac­ia.

La segunda es notar que Georg Brandes, uno de los grandes intelectua­les de su época, dijo no comprender bien a Nietzsche, pero igualmente

_ se dejó maravillar por él. Con esto quiero decir que a Nietzsche hay que leerlo aunque no lo comprendam­os. El ejercicio de no entender a un genio enriquece más que el de comprender a un pensador trivial.

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EL FILÓSOFO GEORG BRANDES dijo no comprender bien a Nietzsche, pero se dejó maravillar por él.

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