Ciencia de la estupidez
Cipolla, elaboraron la hipótesis del síndrome que lleva su nombre, y que consiste en que los más tontos suelen creer que son más inteligentes que la mayoría (hay incluso un artículo de Wikipedia: “Efecto Dunning–Kruger”).
Todo esto tiene su origen en los ejes cartesianos con que Cipolla clasifica a las personas. Pongamos un eje de abscisas que mide el daño o el beneficio para uno mismo, y un eje de ordenadas con el mismo sentido de daño o beneficio, pero hacia los demás. De ese modo surgen los siguientes cuadrantes:
a) Los “inteligentes”, que benefician a los demás y a sí mismos.
b) Los “incautos”, que benefician a los demás y se perjudican a sí mismos.
c) Los “malvados”, que perjudican a los demás y se benefician a sí mismos.
d) Los “estúpidos”, que perjudican a los demás y a sí mismos.
Problema insuperable: los estúpidos son absolutamente incapaces de darse cuenta de que lo son. Lo dice Cipolla, pero la comprobación está en el estudio de Dunning y Kruger.
Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de Estado se encuentra el mayor porcentaje de individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo es potenciada por la posición de poder que ocupan. O sea: el estúpido es más peligroso que el malvado.
Por supuesto, uno supone que el estúpido es el otro. Y aquí se aplica una norma de Ortega y Gasset, que no forma parte de las leyes de Cipolla: “la diferencia entre el tonto y el listo es que éste se descubre constantemente a punto de ser tonto y hace un esfuerzo por evitarlo”. No hay leyes para dejar de ser tonto. Solamente una especulación: los errores no suelen cometerse cuando asalta la duda sino cuando uno está seguro de algo, o cuando uno confía en alguien que manifiesta seguridad. Si hay duda, solo un estúpido prosigue sin revisar o criticar. El terco y el necio suelen serlo porque deciden que saben y están segurísimos. No necesitan averiguar nada que esté más allá de sí mismos, fuera de su fuero interno.
El estúpido es, pues, el que no se da cuenta de que la inteligencia existe, pero es ajena. No es algo que uno tenga; es algo que sucede al pensar, y pensar no es confirmar los rumios propios sino
_ descubrir, darse cuenta de algo que no se sabía. Por eso la inteligencia ajena es mi acceso a la propia: escuchar, leer, consultar o, de perdida, adquirir algunas herramientas para dudar de uno mismo con provecho.
Problema insuperable: los estúpidos son incapaces de darse cuenta de que lo son