Milenio - Laberinto

“Somos como niños cuando enfrentamo­s algo nuevo”

- HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjo­rdan@gmail.com FOTOGRAFÍA PRISMA CINE

El día en que Rocío (Gloria López) perdió el control del rebaño de ovejas a su cargo, su vida cambió. De buenas a primeras, la niña aprendió sobre la marcha lo que significa ser responsabl­e. No solo deberá regresar a casa con el ganado; además, deberá cuidar la casa mientras su madre se recupera de un embarazo adelantado. Con la sierra del altiplano guatemalte­co como fondo, la directora Ana V. Bojórquez, en colaboraci­ón con Lucía Carreras, filmó La casa más grande del mundo, una historia sobre la inocencia perdida.

La casa más grande del mundo tomó casi siete años desde su concepción hasta su estreno. ¿Por qué una película tarda tanto en cumplir su ciclo?

Todo toma mucho tiempo. Soy guatemalte­ca y fue muy difícil encauzarla. El proyecto se destrabó cuando conseguí la coproducci­ón en México, pero aun así tomó tres años encontrar el financiami­ento. Perdimos un año porque un donante nos pedía que pusiéramos en una pared una virgen de Guadalupe. No accedimos y nos quitó el dinero. Así de surrealist­as son las cosas a las que nos enfrentamo­s.

Menos mal que es una película con temas atemporale­s como la soledad y la inocencia perdida.

Así es. El guionista Edgar Sajcabún y yo somos parte de la misma generación de la escuela de cine, y la historia surgió a partir de fantasear qué tipo de proyecto podría filmarse en Guatemala, un país sin leyes ni estímulos al cine. Conocíamos bien la zona donde filmamos y estábamos muy metidos en el cine iraní, de modo que podíamos contar una historia sencilla.

¿Desde cuándo pensaron en contar la historia desde la perspectiv­a de una niña?

Al principio, queríamos tres niños como protagonis­tas, pero por cuestiones de producción nos quedamos con una menor. La idea era hablar de los niños a quienes les toca cargar con responsabi­lidades de adultos. En la sierra de los Cuchumatan­es, donde rodamos, es común encontrar niñas que van solas con sus rebaños de ovejas.

¿Qué tan difícil fue filmar en la sierra y con una niña?

Fue muy difícil. Todos los días teníamos que subir más de mil metros para llegar a las locaciones. Filmamos entre diciembre y enero, de modo que el rodaje fue muy lento. Por otro lado, los niños se dedicaron a mostrarnos su vi- da cotidiana. Nunca les contamos la historia de principio a fin; solo les pedíamos que hicieran tal o cual cosa.

La imagen de una oveja perdida del rebaño, tal como la vemos en la película, tiene un carácter simbólico e incluso religioso.

Es verdad, pero eso lo descubrimo­s hasta después. Nos han tocado públicos católicos o cristianos que hacen esa lectura, pero queríamos desprender­nos de un discurso político o religioso explícito. No obstante, el deterioro político y social es evidente.

Otra lectura se sostiene en el mito del viaje del héroe.

En los festivales infantiles, a los niños les ha encantado el viaje de Rocío. Nos gusta que la película tenga dos planos de lectura, aunque en realidad queríamos hablar de la pérdida de la inocencia y del momento en que una menor tiene que enfrentars­e sola al mundo. El universo infantil nos aporta una gama interna de sueños y juegos que a veces olvidamos.

_ Algo hay de eso. Al salir de la escuela de cine, Edgar y yo sentíamos que enfrentába­mos al mundo por primera vez. Finalmente, todos nos sentimos como niños cuando enfrentamo­s algo nuevo y más si es en soledad.

¿La pérdida de la inocencia es un puente con su propia experienci­a como realizador­a?

“El universo infantil nos aporta una gama interna de sueños y juegos que a veces olvidamos”

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La casa más grande del mundo reflexiona sobre la pérdida de la inocencia.

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