Asombro de los cachalotes
Se invirtió el asombro: hace 150 años, la imagen del mal en estado puro y la angustia sobre la existencia de Dios la debíamos a un cachalote, Moby Dick, la gran novela de nuestra enemistad con las profundidades marinas, cuando el atarantamiento humano no era capaz de imaginar la existencia de inteligencias distintas a la propia.
De cazadores de cachalotes nos hemos transformado en objetos de su averiguación, y surgen dos caminos, completamente nuevos, para desafiar nuestra imaginación. Primero: aunque usan esos clics para escudriñar objetos y generar imágenes muy precisas porque cazan en aguas muy profundas, sobre todo, utilizan sus poderosos sonidos para comunicarse. Algunos investigadores creen que puede ser una comunicación mucho más compleja que nuestros lenguajes; aducen que el neocórtex (esa capa del cerebro donde se procesan el control espacial, la percepción sensorial, el pensamiento consciente y el lenguaje) de los cachalotes, delfines, marsopas, orcas y belugas, tiene un desarrollo seis veces mayor que el humano. Segundo: ¿podemos imaginar cómo somos vistos por una percepción cuya mecánica conocemos pero nunca ha sido parte de nuestras sensaciones? La imaginación no está muerta sino desafiada en modos muy complejos.
La observación de Steiner es profunda e inteligente. Pero su conclusión pesimista es apresurada. Tiene razón: las imaginaciones romas recurren a los juicios morales. El verso de Dante
_ desafía a la imaginación: la nave asombra a un dios marino. Análogamente, ahora resulta que nuestro cuerpo asombra a una inteligencia marina, cuya percepción del mundo es más precisa y compleja que la nuestra.