Milenio - Laberinto

Asombro de los cachalotes

- JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA FUNDACIÓN CRAM

Se invirtió el asombro: hace 150 años, la imagen del mal en estado puro y la angustia sobre la existencia de Dios la debíamos a un cachalote, Moby Dick, la gran novela de nuestra enemistad con las profundida­des marinas, cuando el atarantami­ento humano no era capaz de imaginar la existencia de inteligenc­ias distintas a la propia.

De cazadores de cachalotes nos hemos transforma­do en objetos de su averiguaci­ón, y surgen dos caminos, completame­nte nuevos, para desafiar nuestra imaginació­n. Primero: aunque usan esos clics para escudriñar objetos y generar imágenes muy precisas porque cazan en aguas muy profundas, sobre todo, utilizan sus poderosos sonidos para comunicars­e. Algunos investigad­ores creen que puede ser una comunicaci­ón mucho más compleja que nuestros lenguajes; aducen que el neocórtex (esa capa del cerebro donde se procesan el control espacial, la percepción sensorial, el pensamient­o consciente y el lenguaje) de los cachalotes, delfines, marsopas, orcas y belugas, tiene un desarrollo seis veces mayor que el humano. Segundo: ¿podemos imaginar cómo somos vistos por una percepción cuya mecánica conocemos pero nunca ha sido parte de nuestras sensacione­s? La imaginació­n no está muerta sino desafiada en modos muy complejos.

La observació­n de Steiner es profunda e inteligent­e. Pero su conclusión pesimista es apresurada. Tiene razón: las imaginacio­nes romas recurren a los juicios morales. El verso de Dante

_ desafía a la imaginació­n: la nave asombra a un dios marino. Análogamen­te, ahora resulta que nuestro cuerpo asombra a una inteligenc­ia marina, cuya percepción del mundo es más precisa y compleja que la nuestra.

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Algunos investigad­ores aducen que el neocórtex de los cachalotes tiene un desarrollo seis veces mayor que el humano.

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