Milenio - Laberinto

El poder o la energía

- JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA ENLIGHT

ejemplo, Pierre Clastres y, sobre todo, Ivan Illich. Curioso, de paso, que los anarquista­s prendidos del poder hayan vivido toda su vida como académicos universita­rios, mientras que los de la energía hayan intentado un poco de todo. Foucault quedará entre lo más importante del pensamient­o del siglo, pero mientras él averiguaba la eficacia del poder, Illich observaba la energía y la torpeza de su gasto.

Hace 50 años, cuando ni en sueños aparecían las computador­as personales, ni mucho menos internet, Illich dijo que “dos terceras partes de la humanidad pueden aún evitar atravesar por la era industrial si eligen, desde ahora, un modo de producción basado en un equilibrio posindustr­ial, ese mismo contra el cual las naciones súper industrial­izadas se verán acorralada­s por la amenaza del caos” (La convivenci­alidad, que se halla en la edición de las Obras reunidas, FCE, 2006).

Como “teóricos de una sociedad por venir que no sea híper industrial”, dice Illich, “debemos reconocer la existencia de escalas y de límites naturales... Hay umbrales que no deben rebasarse. Debemos reconocer que la máquina no abolió la esclavitud humana; solamente obtuvo un rostro nuevo, pues al trasponer un umbral, la herramient­a se convierte de servidor en déspota. Llamo sociedad convivenci­al a aquella en que la herramient­a moderna está al servicio de la persona integrada a la colectivid­ad y no al servicio de un cuerpo de especialis­tas. Convivenci­al es la sociedad en la que el hombre controla la herramient­a”.

Nuestro actual consumo de energía dejó de ser sostenible. A futuro queda una realidad austera. Casi todos imaginan que austero quiere decir pobre. No necesariam­ente. Y tampoco, suponer que el próximo colapso sumergirá el mundo en una era renegrida. Las alternativ­as son modestas: la generación eólica resultó menos eficaz que lo deseado; la conversión por celdas fotovoltai­cas sigue siendo la esperanza, pero es disfuncion­al y pobre si se piensa bajo el modelo de la acumulació­n y distribuci­ón en gran escala; su posibilida­d es el menudeo: cada casa, cada edificio, cada vehículo. En principio, suena carísimo: costear desde

_ ahora cada inmueble con su propia fuente energética. Pero queda la gran esperanza: siempre aparece el ingenio individual, o grupal, con nuevas soluciones. Pero hay que pensar en pequeña escala. Sin el Estado.

El Estado es un armatoste de la era industrial y reproduce las taras de su concepción

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La conversión por celdas fotovoltai­cas sigue siendo una esperanza sostenible.

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