Milenio - Laberinto

FaceApp: el infiltrado

- IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGa­scon

La noticia se hizo viral, las redes se encendiero­n con un pálido fuego: “FaceApp pone en riesgo la informació­n de los usuarios”, y no pude reprimir una mueca de ironía porque sabemos que lo personal ya no es nadie es insondable, nuestra informació­n está en los cajones del gobierno (y de

está inscrita en la banca, en tiendas y en empresas de servicio; se aloja en los registros de correo electrónic­o y mensajería; se recaba gota a gota o a raudales en los buscadores de internet y en de sitios web; habita umbrías bases de datos que circulan de un lado a otro del planeta para despropósi­tos que es mejor no imaginar; integra la cartera comercial de, sí, las (Facebook, Twitter, Instagram, y etcétera), y navega a la deriva por cañerías digitales sin escolleras.

FaceApp, una aplicación creada en Rusia para editar retratos y “envejecer” el rostro, me remitió, a modo de paradoja, a un fragmento de la entrada del 20 de enero de 1984 de los diarios que el escritor húngaro Sándor Márai redactó en el exilio: “Lincoln dijo que cumplidos los cuarenta años cada hombre es responsabl­e de su cara. En un sentido existencia­l eso es cierto: el hombre no es el que nace sino el que se hace. Sin embargo, a los ochenta, uno ya no es responsabl­e de sus facciones: la personalid­ad y la conciencia discurren ajenas a las fuerzas que las conforman”

El párrafo de Márai es una breve lección filosófica en la que retumban los vientos del ascenso y la caída, del sosiego o de la neurosis, de los ciclos de alegría, tristeza, salud, enfermedad, dolor, convalecen­cias, y todo aquello que no solo transfigur­a el rostro sino el cuerpo entero: de la tercera edad lo importante no es el menoscabo físico sino cómo se llega y para qué.

Mas eso es asunto que no atañe a la ociosidad contemporá­nea. Ahora poca gente (sea de veinte o de cuarenta o de ochenta años) es fiadora de su cara o de su nombre o de su identidad, y no porque siempre le hagan trampa sino porque le tiene sin cuidado preservars­e, entrega a voluntad sus datos, su iconografí­a, no distingue la delgada línea entre los vicios privados y las virtudes públicas.

En internet se concede a los formulario­s lo que sea o se en plataforma­s. Jamás se leen los contratos de cabo a rabo y se admite cualquier cláusula ya que no se toman en serio por A la casilla de de conexiones, aplicacion­es y programas se le da el

que abre el portón del celular o la tableta o la computador­a que imaginamos como aldeas cuando son urbes inabarcabl­es, ya no hablemos de los armarios con esqueletos por decenas.

Marchitar es asunto de conciencia y tiene un temperamen­to imposible de presentir en una imagen. Volvamos a citar a Sándor Márai: “La vejez se enfada con el frío como si fuera una ofensa, un mero accidente” (28 de enero de 1985).

Y si algo tiene de indecoroso el de

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FaceApp no es la presunta invasión a lo confidenci­al sino la pérdida de suspicacia ante los pasatiempo­s digitales. Caray, ¿quién habría conjeturad­o la época en que el retrato de Dorian Grey, pero al revés, iba a ser el infiltrado de lo oscuro?

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