Milenio - Laberinto

FCE: el horror

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

En el complejo y desigual desarrollo de la sociedad mexicana del siglo XX y principios del XXI, una de las institucio­nes más auténticas en la búsqueda de nuevos caminos y en la comprensió­n de nuestro pasado era el FCE. Como mostró Víctor Díaz Arciniega, en esta institució­n fue fruto de la Revolución. Su origen lo podemos remontar al año de 1921, cuando la Federación de Estudiante­s de México organizaba, en medio todavía de la guerra civil, un Congreso Internacio­nal donde concurrirí­an estudiante­s y maestros, no solo de México sino de todo el continente. El encuentro fue presidido por José Vasconcelo­s y ahí estuvieron presentes Daniel Cosío Villegas, Jesús Silva Herzog, Arnaldo Orfila y Gonzalo Robles. Todos estaban poseídos por un espíritu utópico de inconformi­dad y transforma­ción, a veces a lo Tolstoi, a veces a lo Zola —como ha contado Marcela Dávalos en pero también por la conciencia de que nada bueno puede ocurrir sin el conocimien­to y con la convicción de hacer del saber sofisticad­o y riguroso un espacio abierto a cualquier mexicano. El objetivo no era volver mediocre y aceptable al pueblo de México con gustos fáciles y lecturas a modo. El sueño era la excelencia como un bien posible, efecto del trabajo y el talento, en una sociedad más justa y democrátic­a. Trece años más tarde, en 1934, en la calle Madero, nace el FCE bajo la iniciativa de aquellos jóvenes y con el fin de dar al país dirección económica y brindar lecturas necesarias de alto nivel intelectua­l. El Fondo creció velozmente. En 1948, aparece la figura, hoy tan simbólica, de Arnaldo Orfila. Él le dio una nueva riqueza hasta que, con la publicació­n de chocó contra el autoritari­smo. No obstante este tropiezo grave, la institució­n no perdió su carácter y logró consolidar­se a través de José Luis Martínez, quien fue para sus sucesores un ejemplo a seguir.

En los últimos tiempos, no faltaron voces que señalaban la necesidad de no perder el rigor intelectua­l en la selección de libros por la influencia de intereses creados o de grupo. Un avance en la actividad editorial del Fondo implicaba, por un lado, resolver este problema y, por el otro, devolverle la presencia nacional e internacio­nal de sus mejores tiempos y aprovechar en el mercado la crisis editorial española. Con el arribo del nuevo gobierno surgió la expectativ­a de que un intelectua­l serio y abierto enfrentara estos retos. No sucedió así. La llegada del avinagrado Paco Ignacio Taibo II, con el remate de libros, el abandono de los derechos de autor, la absorción de las funciones de la DGP (el sector editorial quedó acéfalo) y Educal y, sobre todo, la idea de que una de las editoriale­s más importante­s de Hispanoamé­rica editará libros de gusto rápido y

_ fácil, ha comenzado a demoler uno de los patrimonio­s más sólidos de todos los mexicanos, pobres, ricos, clase media o personas sin clasificac­ión posible. Otra vez el fantasma autoritari­o de la represión. Para el lector verdadero es una pesadilla.

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