Cionario
más populares y radicales de junio. Se encuentra con ese pueblo que, como dirá Tocqueville aterrorizado, “sin líderes, sin banderas, sin gritos, quería alterar el orden de la sociedad”.
Esta es la tarea de su poesía. No entretener. No hacer cosquillas. Sino alterar el orden de la sociedad: “Estoy entre los rebeldes, nunca seré un lameculos”. Y no son solamente palabras —las que escribe en dos números de Salut public, el periódico revolucionario que funda— porque en juego está su propio cuerpo, que se enfrenta, en las barricadas de la revuelta, con la gran desilusión del fracaso. Eso es lo que lo apesadumbra, lo que le hace asumir la mueca que se lee en todas sus fotografías. Es la decepción de ver al pueblo que, con el voto plebiscitario masivo, consagra al Segundo Imperio. Y eso le llevará a desconfiar del pueblo, lo que le hará decir que Monarquía y República, fundadas sobre el sufragio universal, son construcciones absurdas y frágiles. Es por la impactante desilusión que Baudelaire defiende la fórmula de Proudhon, según la cual el sufragio universal es el gobierno a través de masas de ignorantes, y se convence que la solución reside solo en la ausencia de gobierno y declara despectivamente: “Nada más ridículo que buscar la verdad en el número”. Y Baudelaire llega a comprender, y a afirmar en su poesía-pensamiento, que los dictadores solo son los sirvientes del pueblo.
Es profética la desilusión de
Así se refería a su relación con Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, y a Werner Heisenberg, uno de los padres fundadores de la mecánica cuántica que descubrió el principio de incertidumbre al que se someten los objetos microscópicos en el mundo interior de la materia. Salvador Dalí también se propuso pintar la quinta dimensión cuando realizó Corpus Hypercubus en 1954, cuadro en el que hizo levitar a Cristo en una cruz mística. Tampoco fue ajeno a la relatividad del tiempo cuando pintó La persistencia de la memoria, para luego decir: “Desde ellos soy históricamente aquel que ha sabido resolver la ecuación espacio-tiempo, pero todo mi arte traduce la calidad de la angustia más moderna, en cuanto expresión de un delirio que rebasa todos los dinamismos de lo real. El tiempo no se puede concebir sin el espacio”.
Desde siempre las artes plásticas han contado con la presencia de las ciencias físicas, que se encuentran lo mismo en la técnica que hace posible al cuadro que habitando en la imagen de un óleo. Aparecen en el recuerdo de una espiral y en la paleta de colores de un iPad que resume en sus aplicaciones nuestra mejor teoría del color.
Hace 100 años que el matemático Theodor Kaluza desarrolló una teoría en que introducía la quinta dimensión para entender de manera unificada a la fuerza gravitacional que nos resulta familiar y a la fuerza electromagnética que vemos actuando en los dispositivos de la vida moderna y que conocemos como electricidad y magnetismo. Las dos fuerzas parecen independientes una de la otra. Uno pensaría que no hay relación entre ellas, que lo que nos hace caer cuando nos tropezamos no tiene nada que ver con lo que hace que la lámpara se encienda alumbrando la habitación, pero los físicos sospechamos que son dos aspectos de un mismo fenómeno.
Con ayuda de la quinta dimensión Kaluza lo consiguió. Pudo entender a las dos como una sola fuerza; sin embargo, las consecuencias de tener una quinta dimensión tan invisible como imperceptible no resiste la revisión de otros fenómenos.
Desde entonces, la quinta dimensión deambula en la mente de los físicos. Cien años después seguimos pensando en ella como una posibilidad de la naturaleza. Ahora se busca en el más grande acelerador de partículas que se ha construido: el Gran Colisionador de Hadrones. También se examinan fenómenos astrofísicos y se estudia la manera en que se propaga la radiación, con la esperanza de ver algún detalle que delate su presencia, pero los indicios no aparecen. Seguimos atrapados en las cuatro que conocemos mientras la imaginación produce más y nuevos escenarios para la quinta dimensión.