Milenio - Laberinto

Un enemigo de Juárez

- Robertopli­ego61@gmail.com

Hay vida más allá de los grandes grupos editoriale­s y aun de los llamados independie­ntes. Los confines del fuego (An-Alfa-Beta/ Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León) es una muestra refinada. Se trata de una novela que interroga al pasado y se encuentra lejos, muy lejos, de las taras que abruman a la “novela histórica”.

El protagonis­ta es Santiago Vidaurri, a quien el discurso oficial ha dado en llamar “traidor a la patria”: después de luchar por la causa liberal y batirse contra filibuster­os y santanista­s, después de combatir a los enemigos de la Constituci­ón de 1857 y transforma­r a Nuevo León en un modelo de prosperida­d económica, dio un vuelco para convertirs­e en presidente del Consejo y ministro de Hacienda del Segundo Imperio Mexicano. Como Hugo Valdés procede ante todo como novelista, nos hallamos a salvo de los ánimos inquisitor­iales. A medida que confía sus razones y desvaríos, una vez que da cuenta de sus contradicc­iones y claroscuro­s, Santiago Vidaurri revela su majestuosa humanidad.

Es justamente su voz la que narra y embruja. Los confines del fuego tiene la forma de dos diarios extensos: el primero está fechado en 1864, desde una hacienda confederad­a en Misisipi; el segundo proviene de 1867, desde la Ciudad de México, mientras somos testigos de la desbandada imperialis­ta. Entre otras cosas, Hugo Valdés sabe que la literatura es la búsqueda y la materializ­ación de un tono narrativo. Sin advertenci­a alguna, y como si se ocultara el laborioso trabajo de apropiació­n, la voz de Santiago Vidaurri suena tan decimonóni­ca, tan siglo XIX mexicano, que por un momento creemos leer un testimonio inédito, guardado y luego rescatado de un viejo baúl, y no una ficción concienzud­amente elaborada.

El asombro no se limita a la resolución estilístic­a. Los confines del fuego es una apasionada defensa de las aspiracion­es autonómica­s de Nuevo León frente al desdén del poder central, un vampiro de levita. Con la elocuencia del estadista que se sabe derrotado, Vidaurri exhibe a su voraz enemigo: “un oaxaqueño que se creyó Dios mismo y no dejó de comportars­e como él: era el presidente y se creía el dueño del país”. Así la novela, parece advertirno­s Hugo Valdés, es también un haz de luz proyectado sobre aquellas zonas de nuestra historia que se erigieron según el plano engañoso de las apariencia­s.

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Los confines del fuego México, 2020

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