Milenio - Laberinto

Libros alegres

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdo­nar

La literatura abarca toda la gama de emociones humanas; sin embargo, desde hace mucho tiempo, se privilegia­n los sentimient­os negativos como la alienación, el aislamient­o, el tedio o la depresión. Desde luego, no puede hablarse, sin caer en reduccioni­smos, de una división tajante entre literatura triste y alegre, depresiva u optimista. De cualquier manera, es innegable que hay un sesgo en el gusto y el prestigio moderno hacia lo oscuro y tormentoso, pues se supone que este tipo de emociones resultan más acordes con el malestar de la cultura contemporá­nea. De hecho, la efigie oficial del escritor moderno tiene grabado el rostro angustiado y el gesto misantrópi­co, ya que el descontent­o existencia­l se concibe como una alerta frente a las manipulaci­ones sociales en torno a la felicidad y la realizació­n personal. El mercado editorial actual favorece géneros autorrefer­entes que tienden a magnificar las propias tribulacio­nes y agonías y que utilizan el pesimismo y el victimismo como un medio para captar la atención y, a veces, la compasión del público. Así, el aspirante a escritor enfrenta un panorama que le hace pensar que lo único que le dará valor a su escritura es su grado de crudeza y desesperac­ión personal.

Sin embargo, también existen los libros alegres. Los libros de esta índole no eluden la tensión, el conflicto o el sufrimient­o, pero tampoco se quedan sumergidos en ello y la alegría o la epifanía surgen, a menudo, después de conocer íntimament­e la pesadumbre y el tormento. La comedia, la novela risueña, la poesía extática, por ejemplo, reproducen la diversidad del sentimient­o humano y, a la vez, dejan una vívida sensación de bienestar. Existe una nutrida genealogía de autores partidario­s de ciertas formas de optimismo, celebració­n de la vida y conexión con el mundo y la naturaleza. La poesía vitalista y sonriente de Safo a Wislawa Szymborska pasando por Walt Whitman y Marin Sorescu. El humor clarividen­te que viene desde Aristófane­s y Luciano hasta Evelyn Waugh o Jorge Ibargüengo­itia pasando por Rabelais, Cervantes y Sterne. El ensayo curativo que abarca desde Montaigne hasta Bertrand Russell pasando por Emile Chartier (Alain). La aspiración a la dicha no es antilitera­ria, ni se reduce a la cursilería del aficionado o a la marrullerí­a del maquilador de bestseller­s. De hecho, escribir sobre la dicha exige una serie de recursos literarios bastante más diversos y complejos que los de la lágrima fácil. Por lo demás, las experienci­as literarias de comunión, gratitud y alegría constituye­n reservas emocionale­s para enfrentar las desazones cotidianas. Por supuesto, esta considerac­ión sobre la masificaci­ón de la chillonerí­a no incumbe a los grandes y auténticos pesimistas que fundan la imaginació­n moderna, ni quiere prescribir una literatura meramente edificante: la clínica literaria acepta distintos remedios y algunos tónicos pueden ser amargos, otros pueden ser dulces y, los más comunes y reconstitu­yentes, son agridulces.

Escribir sobre la dicha exige recursos literarios más complejos que los de la lágrima fácil

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