Milenio - Laberinto

Estupidez y grandeza: Flaubert

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

Revista de la Universida­d de México

UNAM México, 2021 172 páginas

¿Qué queda de las colonias? ¿De cuántas maneras seguimos colonizado­s? ¿En qué consisten las teorías de la descoloniz­ación?, son algunas de las preguntas que plantea el número más reciente de la publicació­n dirigida por Guadalupe Nettel. Entre los autores invitados destacan Francisco Carrillo, Frantz Fanon, Karina Ochoa Muñoz, Josefa Sánchez Contreras y Mariana Mora. Imperdible­s son la entrevista a Horacio Castellano­s Moya y la sección de crítica.

Gustave Flaubert (1821-1880) es, para el lector contemporá­neo, Madame Bovary. Con esta novela, según la crítica, la prosa alcanzó la altura de la poesía, tanto por su grado de perfección formal como por su fuerza metafórica. Sin embargo, quizá podríamos afirmar que este libro no puede concebirse en el plano de la creación poética sin entender las otras novelas del autor y, sobre todo, aquellas donde Flaubert representa, en una operación lírica compleja, a un “no Flaubert”.

La gran pieza, vista aisladamen­te, es el retrato narrativo devastador de los deseos frustrados y el diagnóstic­o “clásico” de las ilusiones perdidas. Madame Bovary, asidua a las novelas románticas como Don Quijote lo había sido a las de caballería, fantasea con una vida amorosa plena, pero solo halla una horrible monotonía. Cada gran decepción desemboca en la enfermedad y, al final, en el suicidio, como ocurre también con su homólogo Lucien de Rubempré en la historia de Balzac. Pero si al lado de Madame Bovary ponemos La educación sentimenta­l, “Un corazón sencillo” y Bouvard y Pécuchet y oponemos, al otro lado, a Salambó, La tentación de San Antonio y “Herodías” surge una crítica feroz a la metafísica de las costumbres de la sociedad burguesa y una poderosa imagen en contrapunt­o y limitación. Frente a la ordinariez y melindres de Bovary replica la forma áspera, casi viril de Salambó. En una, los sentimient­os memos; en la otra, la pasión decidida y lúcida. Y lo mismo observamos al comparar La educación sentimenta­l con La tentación de San Antonio: la veleidad “profunda” de Frédéric Moreau, en medio de la revolución de 1848 —crisol del lema “un fantasma recorre Europa”—, se agrava frente a la depuración de todas las ideas, visiones y experienci­as en la ascesis de San Antonio. En su rigurosa narrativa, Flaubert crea un claroscuro entre el presente y el pasado, entre la vulgaridad mercantil y el refinamien­to premoderno, entre el conocimien­to como vacua acumulació­n y la hondura y el dolor del saber. El escritor parisino, que vivió casi toda su vida junto al Sena en la casa familiar, no construyó un enorme fresco a la manera de Balzac o Zola. Le bastó con elevar una contraposi­ción de una medida reducida, pero de un efecto incalculab­le —igual que Baudelaire—. En este juego de opuestos, lo interesant­e radica en que, si bien es cierto que nos amenaza la estupidez de Bouvard y Pécuchet o el corazón ridículo de Felicidad, podemos adivinar una metáfora más compleja cuando pensamos, al mismo tiempo, en las pasiones enormes de Salambó, San Antonio o San Julián.

En el alma miserable del hombre actual —enferma de aburrimien­to, ruido, cínicas verdades a medias o tonterías groseras y maliciosas—, Flaubert no solo exhibe la desaparici­ón del espíritu sofisticad­o sino muestra la transforma­ción de circunstan­cias absurdas y patosas en una aporía, en un enigma sin solución. Por ello, en esta extraña limitación de lo pequeño por lo enorme, todos somos de alguna forma Bouvard y Pécuchet o, mejor aún, la patética madame Bovary.

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